Sentada en la iglesia del monasterio de Cenarruza pensé que estaba donde quería estar y era lo que quería ser. Ese momento no era fruto de una repentina iluminación debido a lo sagrado del lugar. Simplemente era otra muestra de mi predilección por los lugares tranquilos y rodeados de naturaleza, ya fueran en un monasterio en lo alto de un cerro en el País Vasco o en una casa en las afuera de Avilés y con vistas a las montañas, como en la que me encuentro ahora mismo escribiendo estas líneas.
Ese estado anímico permaneció al asistir a las vísperas organizadas por los seis monjes que se ocupan del monasterio, y en el breve paseo alrededor del antiguo edificio de camino al albergue y siguió vivo también durante la cena comunitaria a base de lentejas. Pero comenzó a desparecer gradualmente a partir del día siguiente, cuando amaneció con xirimiri y cuando, otra vez, me volvieron a decir que el camino era transitable para bicis (ya he aprendido a interpretar este tipo de respuestas si el que la pronuncia tiene la apariencia de ser un monje que no ha llevado nunca una bici cargada por la montaña).
«¡¡C***** h*** d* p***!!» Les gritaba a las subidas interminables y a mi amigo el viento que me lanzaba la lluvia a la cara. Ese desahogo iba siempre precedido de una rápida inspección de mis alrededores, no fuera que apareciera alguien de repente y me descubriera en toda mi cólera. No era la primera vez que de repente aparecía un señor a mi lado, escalando la ladera de la montaña y saltando la barandilla de la carretera para dirigirse quién sabe a dónde. Si en esos momentos había alguno de esos personajes inesperados por allí, quizás había tenido la prudencia de mantenerse escondido entre los matojos hasta que la loca pasara de largo.
Pero lo peor no había llegado aún. Fue cerca de la entrada a Bilbao donde me di cuenta de cuán lejos me quedaba ya, tanto física como psicológicamente, el monasterio de Cenarruza. No había una manera lógica y directa de entrar a la ciudad en bici. Uno decía que diera media vuelta hasta encontrar un túnel, otra que llegara hasta la ría y luego la siguiera hasta entrar a la ciudad, y los carteles me indicaban una carretera que llegaba a una zona industrial donde las indicaciones se habían esfumado.
– Perdone, ¿me puede ayudar? Es que me estoy volviendo loca. ¿Cómo se entra a Bilbao en bici?
Después de dudar entre mandarme subir un monte contra el viento y el xirimiri o mandarme a Bilbao por la autovía, me indicó el camino hacia la ría. Un camino que yo intenté seguir pero que acabé perdiendo. Finalmente me rendí y llegué a la ciudad por un pequeño tramo de autovía o, como yo pensé entonces, «una carretera que parece una autovía».
Después de frenar con el pie debido al fuerte desgaste de los frenos, llegué a Bilbao, fui a buscar a Laura a su trabajo, me dejó las llaves de su casa y me instalé en su habitación durante cinco días en los que volví a creer que estaba donde quería estar y era lo que quería ser.
El viento y el xirimiri se enteraron de que el miércoles volvía a la carretera y acudieron a la cita para no perderse una ruta por la zona industrial del gran Bilbao, que no finalizó hasta llegar a Pobeña, donde una pareja de argentinos encargados del albergue municipal del Camino de Santiago reclamaba una donación mínima de siete euros que no estaba anunciada en ninguna parte. Ante mi razonamiento de que eso no era una «donación» sinó un «precio», el señor me informó de que mi bici era un problema, mientras la señora comenzó a regatear mi donativo. No me apetecía quedarme en un lugar como ese y, con un cabreo considerable, volví al camino hacia Muritz, alejándome aún más física y (sobre todo) psicológicamente de Cenarruza y Bilbao.
Finalmente llegué a Kobaron, un pueblo en el que mi pregunta sobre las posibilidades de la acampada libre en el lugar fue respondida con una invitación a pasar la noche en casa de Ro, a celebrar el cumpleaños de su hija Illane, a comer pastel, a cantar el cumpleaños feliz acompañada de veintiséis niños y a zamparme un bocadillo frente a la televisión. Esa noche dormí en un sofá con un perrito acurrucado a mis pies, y soñé que estaba donde quería estar y era lo que quería ser.
Waw! Quina formad’encadenar cabrejos sire! Relax! Tot i que en el teu lloc també hauria perdut la paciència… Espero que estiguis bé, ànimsi a reveuree!!!
Cabrejos i alegries!
Ohh! Qué rápido pasa el tiempo y ya estarás supeer cerca de Santiago
Me parece que los días en Bilbao fue hace años…