La primera vez que oí hablar de los sijs fue en Londres, cuando una chica me contestó sorprendida mis dudas de vocabulario: «¿No conoces el sijismo, la tercera religión más importante de India?». Lo dijo apuntando con la mirada a un estudiante que corría por los pasillos de la universidad con el pelo recogido en un turbante.
Seis años más tarde, en una estación de tren de la India, oí hablar por primera vez del templo dorado. Un chico, tan aburrido como yo de esperar el próximo tren hacia Calcuta, me habló de su ciudad natal y me convenció de que debía incluirla en mi ruta por India para visitar su famoso templo sij.
Cinco meses más tarde conocí por primera vez la historia de los gurús sijs. Fue en Manali, cuando cayó en mis manos un librito didáctico sobre el sijismo y sus diez líderes. Así es como poco a poco en mi cabeza fueron encajando algunas piezas hasta formarse una imágen imperfecta pero más o menos inteligible de la religión sij.
Todo este proceso culminó con mi visita a Amritsar y mis tres días de total asombro en el templo dorado.
El fundador de esta religión es el gurú Nanak Dev: El primero de diez gurús que se fueron sucediendo unos a otros hasta que el último de ellos acabó con el círculo vicioso de envidias y conspiraciones declarando como último gurú al conjunto de escritos nombrado Granth Sahib.
Este libro reúne todas las enseñanzas y rezos de los gurús y es el único guía espiritual de los sijs.
¿Pero qué ideas encierra este libro y qué enseñanzas proclamaron en su tiempo los gurús sijs?
El sijismo es una filosofía compleja que, tal y como me confesó un joven de Punjab que merodeaba por el templo «ni yo mismo entiendo, pero que básicamente consiste en la creencia en un único Dios y en la oposición a toda crueldad e injusticia».
Si se profundiza un poco, es fácil darse cuenta de que, aunque la idea de un Dios único no nos suena lejana, el concepto que encierra la idea de Dios para los sijs rememora un misticismo oriental aún extraño e incomprensible para unos oídos como los míos, que solo llevan seis meses en India.
Para comenzar, el Dios de los sijs se puede conocer si uno decide explorar su propia alma. A través de los rezos, de las lecturas, de las explicaciones de los maestros y de la meditación, uno puede llegar a descubrir lo infinito que reside en cada uno de nosotros y reconocer la naturaleza del propio ego. En definitiva, percibir la realidad tal y como es.
Esto no suena muy diferente a lo que pregonan los sadus hindús; sin embargo, el gurú Nanak Dev marcó las distancias con el hinduismo cuando se opuso a esta religión no solo negando el politeismo, si no también el sati.
Según esta costumbre hindú, las mujeres que enviudaban debían ser incineradas junto a su difunto marido. El gurú Nanak Dev veía en esta costumbre una incomprensible minusvaloración de la mujer, pues tanto el alma del hombre como el de la mujer provienen del mismo Dios.
Pero el gurú no solo puso en entredicho las tradiciones hinduistas, si no también señaló el error de los ascetas al querer alejarse de la sociedad para seguir el camino espiritual. Ni el celibato ni el ascetismo son útiles para el camino espiritual de la humanidad. Las personas liberadas deben comprometerse con la sociedad; es decir servirla y guiarla sin apartarse de ella.
Visto así se entiende que los gurús sijs fueran, además de guías espirituales, hombres de negocios y cabezas de família.
¿Nación o religión?
De esta relación entre espiritualidad y vida social se deriva el sentimiento como nación de los sijs.
En 1711 se fundó la república sij en el corazón del imperio Mogul. Era una mala época para seguir cualquier religión que no fuera la musulmana y por ello el gurú Gobind Singh decidió crear la khalsa.
Este grupo de hombres se encargarían de defender la libertad religiosa, de proteger a los sij de las torturas y persecuciones de los emperadores musulmanes y de oponerse a cualquier crueldad e injusticia. Esta gran família guerrera defensora de la religión sij ha sobrevivido hasta hoy en día aunque no sin alteraciones, pues a pesar de que siguen siendo los defensores y propagadores de la religión sij, ya no son un ejército organizado bajo las órdenes de un gurú.
Para pertenecer a la khalsa uno debe estar bautizado. Según el amable señor de la oficina de turismo del templo, el ritual consiste en la lectura del Granth Sahib, en tomar un baño en el lago que rodea el templo y en beber un brebaje mezclado con un cuchillo.
A partir de ese día el bautizado deberá comprometerse a no cortarse el pelo (como muestra de su respeto hacia la obra de Dios), a envolverlo con un turbante; a utilizar un tipo reglamentado de ropa interior y un brazalete de plata (para mostrar su lealtad al matrimonio y a la família sij) y a llevar consigo el mismo cuchillo utilizado para mezclar el brebaje (como muestra de su disposición para luchar contra las injusticias y tiranías).
El templo dorado
La nación sij se extendió hasta Afganistán a mediados del siglo XIX, pero cuando llegaron los británicos acabaron siendo anexados a su imperio. Cuando India consiguió la independencia, el nuevo gobierno prometió a los sijs que no se aprobaría ninguna constitución que no tuviera en cuenta su extenso territorio ni su capacidad para tomar decisiones políticas dentro de él. Finalmente los sijs se tuvieron que conformar con el estado de Punjab cuyo centro religioso es Amritsar.
En esta ciudad, fundada por el gurú Ram Das, se erigió el templo dorado que, no solo es el centro de peregrinación más importante de los sijs (sobre todo después de que China reconociera como propias las tierras en las que nacen las aguas que bañan el templo), sino que además es el escenario perfecto para que un ojo extranjero pueda gozar de los rituales religiosos del sijismo.
El templo dorado recibe las 24 horas del día y los 365 días del año la visita de sijs, musulmanes, cristianos, hindús, budistas, ateos, agnósticos, jainistas y otros centenares de seguidores de otras religiones cuyos nombres desconozco.
La música solo deja de sonar durante las dos primeras horas de la madrugada para que el interior del templo sea limpiado con leche. Durante el resto del día se puede ver a los devotos bañarse en las aguas sagradas que rodean el templo y a los predicadores recitar las antiguas batallas de los gurús cerca del Akal Takat, el edificio en el que se guardan como relíquias las armas del último gurú.
Pero el protagonismo se lo lleva el interior del templo, un pequeño recinto bellamente adornado que es el escenario de los empujones de los devotos impacientes por atisbar el libro sagrado.
El templo es un oasis en medio del caos de la ciudad. La amalgama de tuktuks, coches, motocicletas, rickshaws, tiendas y restaurantes contrasta paradójicamente con la primera impresión que el gurú Nanak Dev tuvo de Amritsar. Según él ese era el lugar perfecto para el desarrollo espiritual por su tranquilidad.
Si hoy volviera a poner los pies sobre sus calles, quizás no encontraría ningún modo de asociar la Amritsar contemporánea con la de su memoria. Pero suspiraría aliviado al ver que, por lo menos, aún hay un último reducto de paz concentrado en su centro religioso, y que a él acuden los sijs, ataviados con coloridos turbantes, para ayudar a cocinar los más de cinco mil thalis diarios que se sirven a los visitantes.
Quizás sonreiría satisfecho al ver que algunos incluso visitan el templo cada mañana para purificarse en las aguas del lago, y que el libro que guarda sus enseñanzas está siempre abierto, siempre siendo leído.
Ara ja se per que porten turbant alguns indis que es veuen per Barcelona. Al final quasi totes les religions son iguals.
En el fons del fons no hi ha diferències. Només en les formes.
Holaaa,
M’ha agradat molt conèixer sobre els sijs, jo en veia algun de tan en tan per Londres però no gosava preguntar… 😉
Petonets,
Mercè
Com jo! jaja Però a Amritsar estaven més que encantats de que els preguntesis dubtes sobre la seva religió.
Petons!