«BE HERE NOW». Esta es la orden que gritaba una de las paredes del hostal de Gangtok. Se podría traducir como «vive el momento» o «lo que Irene no hizo en Sikkim». Deberían castigarme por no haberlo hecho, porqué Sikkim es en realidad un lugar perfecto para vivirlo en cuerpo y mente. Su gente es amable y tranquila, y sus pueblos y monasterios están rodeados por montañas verdísimas que invitan a dejarse perder por sus caminos.
Pero viajar, sobre todo por un largo período de tiempo, es como una atracción de feria; con sus momentos álgidos en los que te embarga la euforia, pero también con sus momentos bajos, en los que incluso querrías bajarte. Sikkim ha sido uno de estos últimos momentos, y la culpa no es suya si no mía, por no saber cómo vivir el momento.
Me gustaría que huir de mi misma fuera tan fácil como escapar de los lugares cuando te has hartado de ellos. Subir a un autocar y decirle a mi cabeza: «Necesito unas vacaciones. No me llames, ya lo haré yo». Y disfrutar al fin del viaje sin tener que oírla protestar o enfadarse como un niño caprichoso que quiere algo y no sabe qué.
Ha habido momentos en los que he dejado de desear estar en otro sitio y Sikkim se ha aparecido ante mí como el mejor de los lugares posibles. Por ejemplo, cuando durante unos largos minutos observé a una anciana embelesada ante una pareja de pajarillos construyendo su nido en una de las tiendas del mercado de Gangtok. O cuando el estudiante del monasterio de Pelling me regaló una bolsa de patatas fritas «chile limón» (sic), se sentó a mi lado en el coche y me enseñó su libro de tibetano para que supiera cómo pedir agua si algún día iba al Tibet. O cuando, en el lago Kechepalri, Latop me invitaba a una cerveza de mijo fermentado y a un plato de pollo con arroz comprado a algún lugareño que no creía que matar animales en luna llena fuera pecado.
Si el viaje junto al estudiante del monasterio hubiera durado un par de meses más, quizás ahora sabría qué dice aquí.
La hospitalidad de ese chico de diecinueve años, que regenta el hostal que su padre construyó en memoria de su hijo mayor, será el recuerdo más especial que me lleve de Sikkim. Ese y el camino que recorrí en compañía de Pipan, un empleado del hostal que se reía de mi patosidad al intentar seguir sus pasos por el resbaladizo atajo hacia Yuksam. Serán esos momentos los que recuerde cuando en un futuro piense en Sikkim, y no el día en el que los mosquitos me mordiqueaban los pies mientras observaba a una madre y a su hija rezar en el lago sagrado Kecheopalri. Porqué, en el lago, mi mente no estaba allí.
También me acordaré de esta perra que me acompañó durante un tramo del camino a Yuksam.
El último día en Sikkim fue improvisado. Mi plan era viajar de Yuksam a Tashiding para continuar hacia Ravangla, luego Namchi y finalmente volver al Oeste de Bengala, a Kalimpong. Pero el conductor del todoterreno decidió que debía pagar el precio del trayecto hasta Jorethang (ciudad en la frontera entre Sikkim y el Oeste de Bengala) para llegar a un pueblo que solo estaba a una hora de Yuksam y que, además, le venía de paso. Decidí interpretar mi encuentro con ese impresentable como una señal. Definitivamente Sikkim no era el lugar en el que debía estar. Pagué las 150 rupias. Fui a Jorethang y, desde allí, a Kalimpong.
En Kalimpong tampoco he conseguido seguir la orden «BE HERE NOW». De hecho, cuando llegué al centro de esta ciudad y me encontré con una calle llena de vehículos haciendo sonar sus bozinas, pensé en ir al día siguiente a Calcuta u Orissa y olvidarme del norte de India por un tiempo. Sin embargo esta mañana me he despertado con ánimos de darle una oportunidad a Kalimpong. Y aunque no hay nada especialmente turístico que llame la atención en este lugar, es fácil alejarse del bullicio a pie para encontrarse con hoteles, casitas, gente vendiendo fruta, momos o cacahuetes y, un poco más allá, un bosque de bambú. Cuando una se acostumbra a los bocinazos, es agradable pasear por las calles de la ciudad y participar en su vida cotidiana: hablar con el librero, probar los dulces de los escaparates, felicitar al cocinero por el thali y responder al simpático interrogatorio de los clientes de la copistería.
Aún así en Kalimpong no consigo vivir el momento. Mi mente sigue perdida por algún lugar del mundo gritándome que aquí no debería estar. Espero que esté en alguna región de India. Quizás la encuentre en Calcuta.
Irene! Diuen que la India és un país on hi ha molts colors per els seus mercats tots plens d’espècies i també els Saris de la gent que són de coloraines. A mi és un país que mai m’ha cridat l’anteció. Ja hem confirmaràs si això de que l’India té molts colors, jeje!! Espero que poc a poc et vagis desbloquejant una mica més.
A Cacuta segur que trobaràs a moltes monges del mateix tipus que Maria Teresa de Calcuta. es una ciutat molt pobre pel que he sentit dir 🙂
petons i que vagi bé!!
India està plena de colors, és cert. Però a les monges no les he vist per enlloc. I de pobresa, segons a on vagis d’India n’hi ha més o menys, però generalment a les grans ciutats del país sempre n’hi ha, massa
Bon article! com sempre molt ben redactat i amb unes fotos d’uns paisatges preciosos, que em fa sentir afortunat de seguir el teu blog 😉 Espero que estiguis bé, una abraçada!
Estic tot el bé que puc estar a 40° a l’ombra. M’havia convertit en una persona de muntanyes i neu i ara he de tornar a acostumar-me al calor i la humitat.
Una abraçada!
Mira, hi ha gent que busca tenir la ment fora del cos i tu sembla que ja ho tens!! Pensa en treure-li profit i comença a meditar!!
Igual et passa això per les ganes que tenies d’anar a la India i ja hi ets i encara t’has d’ubicar!! Poc a poc!!
Muaaa❤️
India m’ha descolocat molt. A veure si una setmana a Calcuta m’ajuda a centrar-me un altre cop (si és que algun cop he estat centrada).
Un peto gran!
Muchas veces ocurre. Quieres centrarte en lo que en ese momento pasa pero tu mente está en otro lado. ¿Crees que es culpa de nuestra cultura occidental? Seguro que en un par de días te cambia el ánimo y sigues disfrutando. Un fuerte abrazo.
Creo que es una condición del ser humano en general, solo que en Oriente se han preocupado en buscar una solución. Quizás debería aprovechar que estoy en Asia para buscar un poco de eso que llaman «paz mental».
Intentaré ponerme al día pronto con tu blog, que estoy muy perdida en la blogosfera también.