A Indonesia le tengo un cariño especial porque fue el primer destino de mi viaje por Asia sin billete de vuelta. No me lo puso fácil, pero después de un par de semanas de adaptación, aprendí a apreciar un país megadiverso en el que su gente me hizo sentir bienvenida.
· Con más de 10 mil islas, es uno de los países más grandes de Asia, y por ello es difícil abarcar la diversidad de Indonesia en unas vacaciones. Pero precisamente su tamaño y variedad son una de las tantas razones por las que viajar a Indonesia.
Aunque puede parecer que es un viaje difícil de organizar debido a la magnitud del archipiélago, en realidad Indonesia está bien preparada para el turismo. Su gente es acogedora y hay facilidades para moverse entre las islas. En esta guía para viajar a Indonesia te doy toda la información que necesitas para organizar tu viaje de la forma más fácil posible.

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· Mejor época para viajar a Indonesia
Indonesia tiene un clima trópical que se puede dividir en dos temporadas: húmeda y seca. La temporada seca es de abril a octubre y la temporada de lluvias se extiende de noviembre a abril.
Como la temporada seca coincide con las vacaciones en muchos países de Europa y América, esa es también la temporada alta de turismo en Indonesia. Así pues, durante los meses de abril a octubre evitarás las lluvias, pero te encontrarás con más turistas y una subida de precios en hoteles y lugares turísticos.
Sin embargo, de noviembre a abril habrá menos turistas, pero altas probabilidades de encontrarte con la fuerte lluvia tropical. Aún así, las lluvias en la temporada húmeda, aunque son abundantes, no suelen durar más de un par de horas al día.
Entonces, respondiendo a la pregunta sobre cuándo viajar a Indonesia, mi respuesta sería que las mejores condiciones climáticas las encontrarás de noviembre a abril, pero en realidad cualquier época del año es buena. Si tus vacaciones coinciden con la época de lluvias, no debes preocuparte demasiado en que estas vayan a fastidiar tu viaje. Solo debes preparar tu equipaje adecuadamente para la lluvia y listo.
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· ¿Es seguro viajar sola a Indonesia?
Hay que tener en cuenta que en varias islas de Indonesia, la religión mayoritaria es la musulmana, y aunque no hay una ley estricta sobre cómo deben vestir las mujeres extranjeras cuando visitan el país, sí que hay que tener en cuenta que los escotes y pantalones muy cortos llaman la atención. Si prefieres pasar lo más desapercibida posible, es mejor que vistas con pantalones o falda larga y una camiseta poco escotada.
Además, en islas como Bali, donde la religión mayoritaria es la hindú, está prohibido entrar a los templos cuando se tiene la regla.
En cuanto a la seguridad, en general Indonesia es un país seguro para viajar sola. En mi experiencia, la gente fue muy acogedora y me ayudó siempre que lo necesité. Nunca tuve ninguna sensación de inseguridad.
Los indonesios son muy curiosos y se acercarán a ti para hablar, practicar el inglés e incluso pedirte alguna foto. Siempre se acercarán a ti con el máximo respeto. No suelen abrazar, ni dar besos en la mejilla ni acercarse demasiado físicamente, ni hombres ni mujeres; por lo que si alguno lo intenta y te sientes incómoda, no es una falta de respeto rechazar ese contacto.
· Excursiones y tours interesantes por Indonesia
La historia y cultura Indonesia es muy rica y desconocida para la mayoría de nosotros. Para entender bien lo que se visita, es recomendable contratar algún guía o alguna excursión que nos ponga en contexto todo lo que estamos viendo.
Estas son algunas de las excursiones en Indonesia más interesantes:
JAVA
BALI
· Qué llevar en la mochila para viajar a Indonesia
Indonesia tiene un clima húmedo y caluroso. Eso tiene la ventaja de que la mayoría de ropa que necesitarás es de verano y por lo tanto ocupará poco espacio en tu mochila.
Debido a ese clima, también es importante que no te olvides lo siguiente:
- Protector solar
- Gafas de sol
- Gorro
- Calzado de montaña descubierto
- Un abrigo para la excursión a Bromo
- Repelente de mosquitos
- Chubasquero

Cuando ves el mapa de indonesia y empiezas a planificar la ruta, una de las grandes dudas que aparecen es sobre cómo moverse en Indonesia. Hay tantas islas que parece un laberinto desplazarse entre ellas.
En realidad, viajar por Indonesia no es tan complicado si tienes capacidad de adaptación. Hay varias formas de transporte que usan los propios locales para su día a día o para hacer turismo entre islas. E incluso puedes alquilar tu propio medio de transporte para moverte a tu aire. Tú elijes.
· Transporte público en Indonesia
Entre las principales ciudades y pueblos hay diversos modos de transporte.
- Buses
- Tren
- Bemos (furgonetas)
- Tuktuks (taxis motorizados)
- Barcos / Ferry
En cada puerto y estación de autobuses encontrarás gente que podrá informarte del mejor transporte para llegar a tu destino. Eso sí, no esperes la mayor comodidad si elijes el transporte público, ni tampoco la mayor rapidez.
Los autobuses públicos suelen ir parando en los pueblos y los vendedores ambulantes van subiendo y bajando durante todo el trayecto. Además, las bemos (furgonetas) solo salen cuando el transporte se llena y eso puede sumar horas de espera.
Para un viaje más cómodo y rápido, puedes moverte en los autobuses privados. Son más caros, pero también más rápidos.
Si te decides por el transporte público para viajar por Indonesia, te recomiendo que preguntes a los locales el precio del billete y pagues acorde con lo que ellos dicen. El precio que te diga el conductor puede triplicar el precio local o si pagas más puede que alguno no te devuelva el cambio.
· Alquilar una moto en Indonesia
Si te gusta moverte a tu aire, te recomiendo que alquiles una moto en Indonesia para recorrer los alrededores de la ciudad o el pueblo durante el día.
Los autobuses están bien para hacer trayectos largos, pero alquilando tu propia moto podrás recorrer algunas zonas a tu aire y sin perder tiempo esperando el transporte público. Eso sí, en muchas ciudades el tráfico es una locura, así que ponte el casco y ten siempre mucho cuidado.
Además, para alquilar una moto en Indonesia solo necesitas un pasaporte. Es fácil y cómodo, pero repito: ¡conduce con cuidado!
¿Y si no sé conducir?
Entonces puedes alquilar una bici. No podrás hacer tantos kilómetros, pero es una buena manera de recorrer los alrededores del lugar y llegar a zonas sin tráfico. La gran pega es que el clima tropical de la isla puede hacer el viaje un poco incómodo. Llévate un buen chubasquero y mucha agua para el calor.
Estos serían los gastos desglosados de un viaje de 30 días a Indonesia para una persona:
- Bus aeropuerto ida y vuelta: 1€
GASTOS DIARIOS:
- Transporte: Desde 2€ aprox
- Habitación con baño privado: 15€
- Desayuno: 1€
- Comida: 2,50€
- Cerveza: 1€
- Cena: 2,50€
- Total 30 días: 720€
ENTRADAS:
- Borobudur y Prambanan: 39€
- Bromo: 15€
TOTAL 30 días: 1462€
Este es un presupuesto medio para una persona. Si se duerme en hostales con habitación compartida y se viaja exclusivamente en transporte público, sin alquilar moto ni muchas conexiones entre islas, este presupuesto puede disminuir bastante o incluso aumentar si decides hacer algunas de estas excursiones:
Perdiéndome en Indonesia
Ya hace una semana que llegué a Indonesia y parece que hubiera pasado un mes. Buena parte de culpa la tiene el tráfico. Nada más llegar a Yakarta tuve que subir a un autobús que me llevaría al sur de la ciudad, y un viaje que en principio no debería haber superado la hora, llegó a durar más de tres por culpa de un atasco en el centro de la ciudad.
Después de dos días en Yakarta decidí escaparme a Bandung para ver Kawah Putih. El tráfico allí no fue mucho mejor, aunque como el primer día me moví con la motocicleta de algunos amigos que hice a través de Couchsurfing, no tuve demasiado problema. La aventura empezó el segundo día en Bandung, cuando tuve que moverme en transporte público.
Antes de nada debes saber que la forma más barata de moverse por Bandung es el angkot. Estas furgonetas cuestan 2000 RP por trayecto y siempre tienen la puerta abierta, para que cuando veas una puedas subirte sin casi necesidad de que pare. Además, cada angkot cubre una zona de la ciudad y no tienen paradas establecidas; es decir que cada pasajero, cuando quiere bajar, debe gritar «kiri», pagar y bajar.
Esto quiere decir que si quieres ir de una punta a otra de la ciudad, debes ir de angkot en angkot y, por supuesto, saber dónde tienes que bajar para coger el próximo angkot que te lleve al siguiente destino. También existen los ojek. Unas moto taxis que tienen un precio establecido por trayecto.
Pues bien, mi intención ese día era ir a Kawah Putih, y solo te digo que de las 8 horas que duró el viaje, siete me las pase de angkot en angkot.
El viaje de ida al volcán no fue muy complicado. Dhona, mi anfitriona en Bandung, me llevó en motocicleta hasta el angkot que me llevaría a Ciwidey y, de allí, solo tenía que coger otro angkot hasta la entrada a Kawah Putih. El problema fue que el conductor decidió, sin consultarme, llevarme hasta la entrada del volcán. Al llegar me pidió unas 100.000 RP, un precio realmente exagerado, a lo que yo respondí que no tenía ese dinero, que solo tenía 10.000 RP.
La escena era bastante bizarra: Imaginad a un grupo de 7 indonesisos, amigos del conductor, y yo regateando; ellos riéndose de que solo ofreciera 10.000 RP por el viaje a Kawah Putih y yo enfadada porque no hubieran negociado el precio antes conmigo. Finalmente me puse bastante testaruda y le dije que eran 10.000 RP o nada, hasta que aceptó.
La verdad es que cuando se me pasó el enfado me sentí un poco culpable, porque las 10.000 RP que me costó el viaje no creo que fueran un buen negocio para el conductor… Pero la lección quedó aprendida: deja claro hasta donde quieres llegar y, sobre todo, negocia el precio antes.
Después de 4 horas de viaje desde Bandung y del mal rato pasado con el conductor y sus amigos, Kawah Putih resultó ser un caminito de piedra que te dirigía hacia el cráter del volcán, donde podías hacer cuatro fotos y tocar el agua. Nada más. No podía caminar por los alrededores, ni moverme de la zona turística. Además, se puso a llover y llamé la atención de algunos estudiantes que querían hacerse fotos conmigo.
Aunque el lugar es bonito, me fui bastante decepcionada y, como le dije al conductor que no me esperara (por 10.000 RP dudo que lo hubiera hecho), tuve que colarme en una de las furgonetas que conectaban la base del volcán con el cráter y, desde allí volver a Ciwidey, donde empezó todo el problema.
En Ciwidey cogí el angkot equivocado, que me llevó a una terminal diferente de la que había salido. Sin embargo, con ayuda, conseguí subir a otro angkot que me llevaría a la estación correcta. Con el papelito en la mano, pregunté cual era el siguiente angkot que debía coger, pero no logré entender bien las indicaciones y, después de caminar unos minutos, me vi perdida en una calle llena de coches y motocicletas y sin saber qué hacer.
Pregunté otra vez qué angkot debía coger para ir a mi destino y, como era difícil entendernos, el pobre chico que vendía comida en la calle empezó a preguntar a la gente si hablaban inglés, y enseguida me vi rodeada de varios indonesios que querían ayudarme o saber qué pasaba. Ahora no solo llamaba la atención por ser una bule (extranjera occidental), si no que además era una bule perdida.
Finalmente encontraron a un chico que sabía algunas palabras de inglés y me indicó el recorrido que debía hacer.
Después de subir a dos angkots más y con la ayuda de los conductores, conseguí llegar a la parada de ojeks que, por un precio de bule (5000 RP), me llevaron a la puerta de casa. El alivio que sentí cuando llegué allí te puedes imaginar que fue enorme.
Todo el estrés del viaje se acumuló de golpe y pensé: Qué c*ñ* estaba haciendo yo allí sola en Indonesia. Tuve la sensación que quizás no servía para esto y, que si el viaje seguía así día tras día, iba a durar poquito.
Acabé harta de Bandung y quise irme al día siguiente de la ciudad. A cualquier lugar con un tráfico más comprensible, o por lo menos más tranquilo, así que ahora estoy en Yogyakarta, en casa de Emi y Ana, descansando de motocicletas, angkots y conductores. Tomándome el viaje con más calma y disfrutando de una ciudad más calurosa, pero también más comprensible.
Prambanan y Borobudur en compañía
Los indonesios son muy curiosos y tienen una forma extraña de reaccionar ante los extranjeros occidentales. No solo te saludan por la calle: «hello miss», si no que además se acercan para hablar contigo (tanto si saben inglés como no) e incluso para pedirte una foto con ellos. Esto hizo que las visitas a los templos de Prambanan y Borobudur fueran especiales y diferentes a cualquier otra visita a algún templo o museo de cualquier otro lugar del mundo.
Aunque tuve que hacerme alguna foto con algunas mujeres que visitaban Prambanan, por suerte no llamé mucho la atención de los innumerables grupos de adolescentes que visitaban el templo. Había otros bules más altos, más rubios y más blancos que yo.
Sin embargo, nada más llegar a la zona donde se encuentran los templos, se acercaron dos chicas de diecisiete años que aparentaban catorce y con una acreditación de la asociación de guías del templo pegada en el pecho.
– Hola, ¿hablas inglés?
– Sí…
– ¿Podemos hacerte una visita guiada por el templo?
– ¿Tengo que pagar algo?
– No, ¡gratis!
Recorrimos todos los templos de Prambanan y me explicaron un poco por encima la simbología de los dioses que estaban escondidos en ellos. Finalmente solo me pidieron a cambio que escribiera en su libreta algunas notas sobre su explicación y sobre su nivel de inglés.
Algo muy parecido me ocurrió en Borobudur. Al poco de ponerme el sarong y haber subido las primeras escaleras del templo, se acercaron tres chicas vestidas de blanco y con una libreta en la mano.
– Hola, ¿tienes tiempo?
– Sí…
– Somos de una escuela y hemos venido a Borobudur para practicar nuestro inglés como parte de la evaluación del colegio. ¿Podemos hablar contigo?
– Vale.
Nos sentamos en un banco cerca del templo y me hicieron toda clase de preguntas sobre la comida española, la lengua, mi vida, mi viaje…
Y entre pregunta y pregunta me iban explicando su cultura: Cómo aprendieron a hacer batik en la escuela (una técnica de entintado de la tela), por qué es tan difícil conseguir hacer un buen batik, su vida en el internado y cuánto les gustaría viajar, pero con los veinte días de fiesta solo tienen tiempo para visitar a su familia.
Cuando nos separamos no tardé en encontrarme con dos chicas más.
– Hola, ¿tienes tiempo?
– No mucho, la verdad… Aún tengo que subir arriba.
Empezaba a temer que si iba conversando con todas las estudiantes que me encontraba en el templo, no iba a salir nunca de él. Pero las chicas insistieron.
– Nosotras te acompañamos. Y así hablamos… Somos de una escuela y venimos a Borobudur para…
Acabaron acompañándome durante toda la visita al templo y durante el recorrido me hicieron las mismas preguntas que las otras chicas:
Cómo sabe la comida española, cómo se saluda en castellano, cuánto tiempo voy a viajar por Indonesia… Y entre pregunta y pregunta también me presentaron su cultura, e incluso parte de sus vidas.
Ambas querían estudiar en la universidad para convertirse en profesoras de inglés. Como a las otras chicas, les gustaría viajar, quizás a América, pero el poco tiempo que tienen de vacaciones solo les basta para pasarlo con la familia, e igualmente el sueldo que sus padres ganan en Arabia Saudí solo da para costear sus estudios.
Quizás, con suerte, podrían participar en un viaje escolar a Egipto, pero nunca se sabe. Mientras tanto pasan el tiempo estudiando árabe, inglés e indonesio en la escuela. El javanés no está permitido, es una lengua reservada solo para la familia.
– ¿Quieres que te acompañemos al museo? Solas n0 nos dejan ir, pero si es para acompañar a alguien lo tenemos permitido.
Después del museo, que no tenía demasiado interés, a parte de algunos instrumentos dispuestos para tocar el gamelan (la música tradicional de Indonesia), llegó la hora de despedirnos.
– ¿Puedes escribirnos unas palabras en la libreta, por favor? Disfruta mucho de tu viaje. Aquí tienes unos regalos. A uno le falta la pinza, pero son para que los pongas en el pañuelo, como nosotras.
Es curioso cómo lo que en principio era una simple visita a los templos de Yogyakarta, acabó convirtiéndose en una buena conversación y en dos bonitos recuerdos que ya forman parte del equipaje. Y esto solo ha hecho que comenzar.
Karimunjawa I: ¿Merecen la pena 14 horas de viaje?
Yogyakarta me sentó bien. Después del estrés de Jakarta y Bandung, necesitaba un lugar en el que poder orientarme con facilidad y donde el tráfico fuera manejable. Pero debía continuar hacia el este y mi couchsurfer en Probolinggo no podía alojarme hasta el 27, así que necesitaba un plan b.
«¿Por qué no vas a Karimunjawa?», me dijo Emi. ¿Y por qué no? Pensé yo. Y así, sin planearlo, el lunes estaba en una pequeña isla del centro de Java.
Como suele pasar en los viajes sin planear, el trayecto no fue largo, sinó larguísimo. Después de 5 o 6 horas en bus desde Yogyakarta a Semarang, tuve que subir a otro bus que tardó 3 horas en llegar a Jepara. El plan era comprar un billete para el ferry a Karimunjawa que salia el lunes, pero la oficina de turismo, las agencias de viajes del puerto y la taquilla estaban cerrados. Solo había un cartelito en indonesio del que solo entendía una palabra: Habis(agotadas). Un conductor de becek que por suerte hablaba algo de inglés, nos aclaró a mí y a dos holandesas tan perdidas como yo, que los billetes para el ferry que hacía el trayecto hasta Karimunjawa en 3 horas se habían agotado. Nuestra única oportunidad era presentarnos el lunes a las 7 de la mañana y hacer la cola para comprar un billete para el ferry lento (6 horas).
En el hostal, el chico que se ocupaba de las habitaciones me avisó de que me presentara en la taquilla muy pronto. «Mucha gente quiere ir a Karimunjawa mañana». Pensé que presentándome a las 6 de la mañana tendría un margen de tiempo suficiente para desayunar, escoger un buen asiento, relajarme… A veces parece que no acabo de entender cómo funciona Indonesia.
A pesar de presentarme en el puerto tres horas antes de que partiera el ferry, fui de las últimas en conseguir un billete para la isla. Así que me tocó pelear por un trocito de sombra en el techo del ferry y aguantar el calor hasta que, seis horas después, la sirena del barco sonó: ¡Ya estaba en Karimunjawa!
A primera vista, parecía que el largo camino desde Yogyakarta había merecido la pena. Ahora estaba en un lugar donde los conductores de ojeks, los taxistas, los angkotsy los autobuses cargados de gente parecían no existir. Solo había casitas, motocicletas, niños («Hello miss! Helloooo!») y un puerto en el que cada día a las 5 se pone el sol.
Karimunjawa II: Si estás fuerte está bien
Después de patearme la calle principal de Karimunjawa y comprobar que, o todos los hostales estaban ocupados o todos costaban 100.000 Rp (7€), me quedé en un hostal regentado por un chico de 29 años llamado Jojo, en el que solo quedaba una habitación vacía y costaba 70.000 Rp (5€). Con electricidad solo por la noche, baño compartido y sin aire acondicionado ni ventilador (con el calor que hacía, eso lo eché de menos), pero no había viajado 14 horas para quedarme encerrada en una habitación, así que para lo que iba a usarla ya me servía.
Como había llegado a Karimunjawa de forma improvisada, tampoco tenía mucha idea de qué hacer en esa isla, por lo que le pregunté a Jojo:
– Puedes alquilar una motocicleta.
– Nunca he conducido una.
– Ui, entonces es demasiado peligroso… ¡También alquilo bicicletas!
– ¿Es fácil llegar hasta Kemujan en bicicleta?
– Sí, sí, muy fácil. Solo hay una carretera: la misma para ir y venir, y no hay muchas subidas. Si estás fuerte, está bien.
O bien yo no estoy muy fuerte o bien la palabra «subidas» en Indonesia tienen un sentido ligeramente diferente. También, quizás, me lo tomé con demasiada energía, y por eso a la mitad del trayecto iba bajándome de la bicicleta para afrontar las «subidas» (en una de ellas hasta una furgoneta se caló).
Al poco tiempo perdí los ánimos para contestar a los niños que corrían a mi lado, y a los hombres y mujeres que descansaban en la entrada de sus casas:
– Hello miss! Where are you going? Dari mana?
– Hello…
Pero sin saberlo, al cabo de tres horas, ya estaba en la otra punta de la isla, en Kemujan, y por el camino había visto un paisaje de vegetación muy frondosa, con palmeras y algunas casitas. Pero lo mejor fueron las dos playas que me encontré por el camino.
La primera estaba al lado de la carretera y, por ello, perdía encanto, pero eso no hacía que la arena fuera menos blanca ni el agua menos turquesa. La otra estaba escondida entre la vegetación. Solo había tres motocicletas (supongo que serían de los pescadores que tenían amarradas sus barcas en esa playa), alguna barquita de madera y una tarima de bambú en la que me estiré para dormir un rato bajo la sombra de las palmeras y el murmullo de las olas.
Descansar me vino bien, y gracias a ello pude afrontar el camino de vuelta, que me pareció más asequible que el de ida (quizás mis piernas ya estaban entrenadas).
Y aunque al llegar a Karimunjawa solo tuve fuerzas para beber un litro de agua y estirarme en la cama, gracias a ese viaje agotador en bicicleta conocí una cara escondida de la isla, quizas más auténtica que la Karimunjawa de las playas paradisíacas, el snorkeling y el buceo.
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