No hay muchos occidentales que se animen a visitar Taiwán, por eso no es de extrañar que la pregunta que más he escuchado desde que llegué haya sido: «¿Y por qué has venido?» Todos se ríen cuando les digo: «Para vivir el año nuevo chino».
El primer año nuevo chino que celebré fue en Londres. Recuerdo el frío, la nieve, mucha gente y a un dragón recorriendo las calles y visitando las famílias que le habían dejado una hoja de lechuga en la puerta. Si en un pequeño barrio de Londres el fin de año chino se celebraba con tanto espectáculo, vivirlo en China debería ser una experiencia impresionante. El problema es que el visado había expirado a pocas semanas vista del festival de la primavera y ya no podía renovarlo otra vez. Una buena alternativa era Taiwán, allí podría ver las calles llenas de gente, faroles, petardos, música y dragones. Muchos dragones.
Pero la realidad es que el 30 de enero no sucedió nada especial en las calles de Hualien. Se oyeron los petardos durante toda la semana que duró el festival, los comercios cerraron, la gente se trasladó a su ciudad natal para reunirse con la família y el segundo día del nuevo año las mujeres casadas visitaron a sus padres. Pero no había miles de personas en la calle rodeando a un dragón que iba de casa en casa recibiendo los deseos de año nuevo, ni una gran danza del león.»¿Dónde están los dragones?». «El fin de año se vive en las casas» me respondió Robert intentando superar la risa que le provocó mi pregunta.
Robert no volvió a Taipei para estar con su família el último día del año. Decidió mantener el hostal abierto e improvisar una fiesta familiar tradicional con su hermano, dos huéspedes chinos y la extranjera que limpia a cambio de una cama y comida. Esa extranjera, a la que aún le costaba superar la decepción de encontrarse con las calles vacías, decidió acompañar a Robert a reverenciar a los dioses.
Los templos chinos están para edir deseos, sobre todo el último día del año. Todo el mundo quiere empezar bien el 2014 y sobornar a los dioses con comida y dinero es una manera de conseguirlo. Robert y la extranjera que creía que un fin de año en Taiwán era la versión china del carnaval de Brasil, ofrecieron pastelitos, fruta, sopa de cacahuete y dinero a los dioses mientras prendían incienso y les pedían que el próximo año fuera mejor que el 2013 («si es que eso es posible», añadía la extranjera). Cuando el incienso se consumió hasta la mitad, se llevaron las ofrendas al segundo templo y repitieron el mismo ritual. Tampoco se olvidaron de quemar el dinero, procurando doblar cada uno de los papelitos para que pareciera que había mucha cantidad de billetes y procurando dejar la parte dorada al descubierto, así los Dioses podrían contarlos.
Cuando Robert y la extranjera que aún no entendía por qué el dragón recorría las calles del barrio chino de Londres y no las de Hualién llegaron a casa, se ocuparon de preparar una pequeña cena familiar de tan solo cuatro platos. «Una gran cena de año nuevo tiene como mínimo diez platos» le dijo Robert a la extranjera que daba gracias de tener que preparar solo cincuenta dumplings y no cien. Mientrastanto, él se ocupaba de los platos más importantes de la cena de año nuevo: pescado y sopa de pollo. Ambos animales cocinados enteros, de la cabeza a los pies, pues no tiene sentido celebrar que hemos completado un año con un pollo y un pescado despedazados.
Mientras ambos cocinaban, procuraban hacer el máximo de ruido posible, sobre todo cuando usaban los cuchillos. Así consiguieron espantar a Nian, el monstruo del fin de año. Si no se anda con cuidado, Nian te puede comer. La única defensa es el ruido y el color rojo.. El dorado, aunque junto el blanco y el negro es el color de la muerte, es igual de efectivo que el rojo para salvarse de Nian.
Cuando la gran cena terminó, la extranjera que en el fondo aún esperaba que el dragón apareciera en las calles el primer día del año no fregó los platos. Quedaban pocos minutos para la medianoche y si los lavaba después de las doce el nuevo año estaría maldito. Así que salió a la calle para explotar los petardos que acabarían de espantar al Nian y recordarían a los dioses que ella también quería ser la persona más feliz del mundo durante el 2014.
Si en el hostal hubiera niños, el primer día del año se habría convertido en un concurso de felicitaciones de año nuevo, y el que hubiera demostrado mejor arte con las palabras se habría llevado un sobre rojo cargado de dinero. Pero a falta de niños estaba la extranjera que se había levantado antes de las ocho por si al dragón le daba por madrugar. Robert le entregó el sobre después de que ella le soltara un convencional «Xia nian kuai le!» («feliz año nuevo!»). Quizás la extranjera no había visto dragones, pero al fin y al cabo no hay forma más auténtica de vivir un año nuevo chino que recibiendo un sobre rojo.
Finalmente, el último día de las fiestas de año nuevo, la extranjera sorprendió al dragón volviendo a casa después de haber estado bailando toda la tarde. «Ya nos volveremos a ver el próximo año» le dijo la bestia guiñándole uno de sus grandes ojos negros.
La extranjera esta complint els seus somnis!! Us vau menjar tot el sopar? Molt bon any Nou!!
No. Era massa per cinc persones. L’arròs omple molt…
Feliç any nou doncs!
M’ha encantat, aconsegueixes que es respiri la màgia de les grans celebracions, i en aquest cas improvitzades i carregades de sorpreses! No hi ha drac, però pel que he llegit, no l’has trobat pas a faltar amb tot el que has viscut; l’any nou xinès real.
Fins aviat Sire!