Irene: ¿Qué prefieres: Vivir en una casa enorme en la ciudad o en un lugar diminuto en el campo?
Laura: En un lugar diminuto en el campo. ¿Y tú?
Irene: Yo también.
Laura: ¡En una tienda de campaña!
Irene: Sí, como vivimos ahora.
Si algún día se me escapa una sonrisa cuando te hable de Canadá, no estaré pensando en Quebec, ni en las rocosas, ni en los rascacielos de Calgary. Estaré recordando Keremeos: un pueblo de una sola calle, con un supermercado caro, una biblioteca de horarios extraños y una de las mejores tiendas de segunda mano que he conocido hasta ahora.
Supongo que el nombre de Keremeos te extraña tanto como a mí cuando lo oí por primera vez. Me recordó a alguna isla griega, pero en realidad es una palabra nativa que nombra a un cruce de vientos. Por eso el aire aquí sopla más fuerte y en cualquier dirección, llevándose consigo las nubes y provocando bruscos cambios de tiempo. Como ese día que no pude salir de mi tienda de campaña porque no paraba de llover. Los locales dicen que esa tormenta fue una excepción, porque, según ellos, Keremeos y todo el Okanagan es un desierto en el que milagrosamente puede crecer toda la fruta que alimenta a Canadá.
Lluvia, sol, viento, frío, calor; trabajo a destajo recogiendo fruta, manos negruzcas, callos, uñas eternamente sucias, moratones, cortes, pelo sucio, agua fría; un pueblo en el que nunca pasa nada, sin cine, sin tele y sin fiestas. Yo también me pregunto cómo no me han llegado todavía, después de un mes y medio, esas ganas de moverme y de salir de aquí corriendo. En las ciudades de Montreal, Quebec y sobre todo Calgary, al cabo de unas semanas ya quería huir de allí.
Encontré la respuesta en la siguiente reflexión mientras pedaleaba dirección al trabajo:
Ir en bici siempre me produce sensación de tranquila felicidad (excepto en las subidas angostas, claro). Me recuerda a esos días de niña en el camping de Tarragona, en los que mi rutina era jugar en la playa y la bici era mi único modo de independencia familiar. Ella me permitía alejarme de mis padres casi sin pedir permiso para irme lejos dos cuadras más allá a jugar con mis amigos. Allí todo era fácil. La tele, el sofá, la calefacción, el aire acondicionado, el baño privado… Nada de eso se echaba de menos.
Comer arroz cocinado en leña en potes vacíos de margarina forma parte de mi colección particular de momentos de felicidad. Tengo el estómago contentísimo. #unargonautaenamerica
La familia que me rentaba el pequeño bungalow en la isla Koh Tonsay de Camboya se me apareció como una representación de esos tiempos de verano en la costa de Tarragona. En esa isla diminuta, la niña de la familia no tenía que preocuparse de nada más que de jugar, hacer reír a sus abuelos y alejarse de de vez en cuando hacia la otra punta de la playa para encontrarse con sus vecinos. La familia se reunía por la noche en una larga mesa rectangular y los padres parecía que no tenían otra preocupación que la de regatear el precio a los turistas, cocinar y abrir cocos con un machete. Me pareció que llevaban una vida de vacaciones eternas, o por lo menos lo que yo aprendí de niña qué eran unas vacaciones felices.
Si Koh Tonsay fue el teatro de mi niñez representado en forma de familia camboyana, Keremeos ha sido a ratos un revivir mis momentos felices de infancia en la playa. Aunque aquí las olas calientes del Mediterráneo quedan muy lejos y he pasado buena parte del tiempo estresada por arrancar hasta la última cereza de los árboles, el recuerdo que me llevaré de Keremeos será el de una segunda infancia perfecta.
Otra vez he sentido la independencia subida a una bici, una tienda de campaña ha sido mi casa; no he echado de menos la tele, un sofá o una cocina de inducción. Una hoguera por las noches para compartir la cena con los amigos ha sido el mejor punto y aparte de cada día. En Keremeos he tenido poco y lo he tenido todo, y he reaprendido algo que ya sabía de niña, pero que la vida en la ciudad te obliga a olvidar: Una vida simple es una vida feliz, sobre todo si es compartida.
hola estoy interesada en ir con mi pareja como puedo hacer???
Ooo!! Que bonic, quins records, l’important es ser feliç amb poca cosa, a les ciutats costa molt.
Per això no m’agraden, o m’agraden en poques quantitats.
Hola Ire! Me encanta leerte y saber que estás tan bien y tan feliz! Este tipo de experiencias creo que te marcan porque van en contra de lo que siempre te enseñaron: que tener más, para vivir mejor, que te mudes a la ciudad donde hay más oportunidades… Vos me estás sacando cualquier duda de una cuestión que da vueltas en mi cabeza: menos ¿es más? Ser feliz con poco es real! Y es súper lindo e inspirador que nos trasmitas esto!
Gracias!
Besitos desde Buenos Aires,
Wan
Hola Wan!
Hace tiempo que me di cuenta que el equivalente ciudad-oportunidades ya no funciona. Y si funcionara, no me interesaría. Me gusta el campo o los lugares tranquilos, sobre todo si en ellos se conoce a buena gente.
Gracias a ti por estar al otro lado.
Besos y abrazos desde Canadá!
Ahh!! Que tendrá el valle que a todos nos hace amar vivir en la más absoluta roncha ?
Nos despedimos del camping de nuestra orchard con absoluta nostalgia sobre todo por la gente hermosa que conocimos!!!
Me encanto el post ?
Despedirse de la gente hace el viaje difícil, verdad? Este valle no tiene nada y lo tiene todo. Es un lugar extraño.
un abrazo Ori y feliz viaje!