Esta entrada ha sido inspirada en la actividad «A mano alzada» propuesta en el libro Turista lo serás tú de Itziar Marcotegui y Pablo Strubell (ed. La editorial viajera).
Misión: Descubrir el Santiago de Compostela de Sandra (El viaje de mi vida) a partir de un mapa dibujado por ella.
Para: Conocer la capital gallega desde el punto de vista de un local, además de poner a prueba mi orientación y la capacidad de Sandra para dibujar mapas.
Dónde: En Santiago de Compostela, Galicia, España.
Cuando: El 12 de junio de 2015.
Resultados:
Nada más salir de casa de Sandra ya estoy perdida. Sé que debo girar hacia la derecha, ¿pero cuándo?, ¿dónde?, ¿a la siguiente esquina?, ¿a la segunda? Decido recorrer la avenida de Lugo hasta llegar a la rúa del Horreo y subir hasta (¡oh, sorpresa!) encontrar una señal que me indica que girando a la derecha se encuentra el mercado de abastos. Le hago caso y tropiezo con un trozo de la antigua muralla de la ciudad: El arco de Mazarelos, también conocido como la puerta del vino. Primera prueba superada.
Cruzo el arco y me encuentro cara a cara con la Facultad de Filosofía. ¿Será esta también la Facultad de Historia marcada en el mapa? A veces las dos facultades están unidas. Entro en ella para visitar la biblioteca que, según Sandra, se merece una visita. Pero me encuentro en una sala llena de libros no muy diferente a cualquier biblioteca ordinaria de cualquier universida española. O Sandra tiene un gusto peculiar para las bibliotecas o estoy en la facultad equivocada. Decido deshacerme de las dudas consultando fotografías de la biblioteca de la Facultad de Historia de Santiago de Compostela en internet, aprovechando así la sala multimedia de la biblioteca. Definitivamete estoy en el lugar equivocado.
– ¿Perdona, dónde está la Facultad de Historia?
– En el edificio de al lado.
Al salir veo un mapa detallado del centro histórico y sorteo la tentación de echarle una ojeada. Me dirijo al edificio de al lado y planta por planta voy investigando dónde se encuentra la biblioteca. Me siento como si otra vez tuviera siete años y estuviera jugando a explorar las salas del enorme centro de deportes de Sabadell, donde iba a clases de natación cada fin de semana. A veces lograba convencer a mi hermana para explorar todas las salas y pasillos del centro en secreto. A veces no lo lograba e iba sola. Los pasillos sombríos de piedra de la Facultad de Historia me recuerdan a la laberíntica (para una niña de siete años) instalación del centro de natación. A veces me ponía de puntillas, entreabría una puerta de emergencia y una luz se escapa para dejarme ver a la gente tomando el sol en la terraza. La sensación de haber descubierto un oasis entre todo ese lío de pasillos era la misma cada vez que jugaba a ser una exploradora. Esa sensación vuelve ahora que me encuentro delante de esa puerta entreabierta que deja intuir una sala barrocamente decorada desde la que se escapan unas notas de piano.
Pero es la biblioteca lo que estábamos buscando, y aquí está. Segunda prueba superada.
Deshago mis pasos hasta volver a la puerta del vino y sigo bajando la rúa de la Virgen da cerca hasta llegar al mercado de abastos. Las tiendas cuidadas y modernas de productos locales destinados al turismo me recuerdan vagamente al Mercado de San Martín de Madrid, pero las señoras colocadas estratégicamente en el exterior con sus pequeñas cajas de lechuga o fruta siguen dando un toque pintoresco a una ciudad que cada vez me parece más un pueblo grande. Tercera prueba superada.
El siguiente objetivo es encontrar el bar Momo’s que, según el mapa, está delante del mercado de abastos. Lo encuentro después de girar dos veces sobre mí misma como una idiota. Está cerrado. Sigo hasta el final de la calle en busca de las sepulturas de colores que tan bien ha dibujado Sandra en el mapa. «Eran las sepulturas de los monjes que ahora han vaciado y pintado de colores, y son también el escenario de algunos espectáculos de música». (Ríete tú del hipsterismo moderno de Barcelona).
Paseo durante un buen rato por el parque de Bonaval sin éxito. Lo más extraño que veo es un señor caminando por el tejado de un antiguo cementerio. Ni rastro de las tumbas de colores, ¿o será que ahora son blancas? Digamos que la cuarta prueba está superada.
Sin buscarlo me encuentro en la rúa de San Pedro, pero aunque la sigo hasta el final, no llego hasta la plaza de Cervantes. Sin embargo, si algo me ha enseñado el Camino de Santiago, es a estar atenta a las señales. En seguida encuentro una que indica el camino a la plaza y descubro un lugar que me es familiar. Fue esta mi entrada al centro histórico de la ciudad justo ayer, cuando no iba siguiendo un mapa con dibujitos si no las señales amarillas del Camino. Tengo la tentación de hacerme pasar por santiaguense y preguntarle a algún peregrino «¿dónde están los pies de Cervantes?», que haga el ademán de buscarlos y yo ayudarle con un empujoncito hacia la fuente. Cambio de idea. No quiero crearme enemigos. Quinta prueba superada.
Ahora empieza el verdadero lío. ¿Qué calle es la del Preguntoiro? ¿Si giro por aquí voy a la rúa Nova? ¿Qué calle es esta? ¿Dónde estoy? ¿Esta callecita se une otra vez con la calle preguntoiro? ¿Por qué la calle ha cambiado de nombre? ¿En esa esquinita estará el Modus Vivendi? (Afirmativo) ¿Y el bar Tita? ¿Pero no se supone que está en la misma calle que el Casino? ¿Quizás tengo que girar por esa callejuela?
– ¿Perdone, dónde está el bar Tita?
– Recto a la izquierda.
– Gracias.
¡Anda! ¿No es esta la plaza de los caballos? ¿Y el edificio más estrecho de Santiago debe ser ese con las puertas rojas? Por fuera parece normal, qué lástima no poder entrar para comprobar si las habitaciones no miden más de un metro y medio de ancho… Entonces, ¿el bar Tita debe estar en esa calle?
Lo bueno de hacer esta prueba en Santiago de Compostela es que su casco histórico es tan pequeño que al final acabas encontrando lo que buscas. Aunque no sea gracias al mapa. Si estuviera haciendo este juego en Madrid, no dudes de que aún andaría perdida. Sexta, séptima, octava, novena y décima prueba superadas. Y una de las mejores tortillas de Santiago degustadas.
Vuelvo a la plaza de los caballos y paseo alrededor de la plaza del Obradoiro. Entro en el Hostal de los Reyes Católicos y me cuesta creer que este hotel de cinco estrellas, lleno de gente vestida con trajes impecables y de señoras con la nariz operada, naciera como hospital y hostal para pelegrinos. Lo único que perdura de su orígen es el desayuno gratuito a las seis de la mañana para los caminantes. Todo lo demás parece exactamente la antítesis del llamado «espíritu del Camino». Onceava prueba superada.
Paso por delante del Ayuntamiento y me dirijo al rectorado para reorientar mi vida laboral: Me situo de espaldas al muro del edificio y señalo al azar una de las carreras que aparecen en él. Me ha tocado Geografía. No voy desencaminada. Doceava prueba superada.
Continúo hacia delante y supongo que esta pequeña plaza llena de flores es la que está dibujada en el mapa. Sigo una de sus calles al azar y me encuentro por suerte en la rúa Raiña, donde pruebo los mejillones tigre. «El mejillón gallego es diferente al mediterráneo. No sabe tanto a mar y es más grande. Además, no sé qué le ponen a la salsa para que sea tan picante y a la vez tan adictiva». Compruebo que Sandra tiene razón y apuro la salsa del plato con la cáscara del mejillón. Decimotercera prueba superada.
Salgo de la rúa Raiña y me encuentro en la rúa do Franco, donde hago el tradicional París-Dakar de los estudiantes de Santiago al revés: Me tomo una cañita en el bar Dakar y termino la calle con otra cañita en el bar París. Si hubiese seguido el París-Dakar al pie de la letra, debería haber tomado una caña en cada uno de los bares que se encuentran entre el bar París (empezando por este) y el Dakar (su punto y final), pero aún me queda por visitar el parque de la Alameda y quiero superar esta prueba sobria.
Cerca del bar París veo una calle ancha que parece acabar en lo que supongo que es el parque de la Alameda. Entro en él y veo a las dos Maruxas recibiendo a los turistas que quieren hacerse fotos indecentes con ellas. El aparente humor de esta escultura esconde en realidad una historia triste de dos hermanas cuya familia fue asesinada y perseguida durante el franquismo. Su forma de escapar de la agobiante presión del régimen fue adoptando una vestimenta llamativa y paseando juntas por el parque de la Alameda, según algunas lenguas para prostituirse con los estudiantes.
Decimocuarta prueba superada. Dejo a las dos hermanas divertirse con los turistas que posan junto a ellas ante las cámaras y voy en busca del banco de los enamorados. Cualquier banco circular podría serlo.
¿Y ese semicírculo de piedra que está por ahí escondidó?
– Hola, ¿de dónde són?
– De Honduras.
– ¿Quieren probar si es cierta una historia que me han contado? Dicen que en el parque hay un banco semicircular en el que solían sentarse algunas parejas para decirse palabras bonitas sin que los oyera la acompañante. Él se sentaba en una esquina, ella en otra y la señora que los seguía para controlar que se comportaran se sentaba en el centro. Dicen que, en esta posición, las palabras que se susurraban los amantes podían ser escuchadas por estos sin que la señora se enterara de nada. Creo que el banco es ese de ahí, pero me gustaría comprobarlo. ¿Les apetece?
– ¡Claro! ¿Quién va a ser la vieja que se sienta en el centro?
– Yo.
– Te voy a decir cosas bonitas mi amor…
– Ay, qué bien…
– Tienen que decirlo más bajito, susurrando.
– …
– …
– …
– …
– ¿Has oído algo?
– ¡No!
– ¡Entonces es verdad! Debe haber una acústica especial.
– Sí, es este banco. Decimoquinta prueba superada.
– ¿Quieres saber qué le he dicho?
– ¿Qué le ha dicho?
– Que ahora que hemos cumplido cuarenta y cuatro años de casados sigo amándola como el primer día, y cuando sea una viejita seguiré viéndola como cuando tenía veinte.
Dejo al grupo de hondureños divertirse con el descubrimiento y voy a darle las gracias a Valle-Inclán por Luces de bohemia. Me siento junto a él y observamos petrificados las vistas a la catedral. Decimosexta prueba superada. Me despido de este juego y vuelvo a casa de Sandra para darle las gracias por haber convertido esta ciudad en algo más que el final de mi Camino de Santiago.
Epílogo:
Esta prueba quedó incompleta por varias razones. Una: Olvidé visitar el bar Derby, donde Valle-Inclán se iba a tomar una copa y quizás escribió alguna de sus obras. Dos: No pude entrar en el bar Momo’s porque estaba cerrado. Tres: Tampoco entré en el Modus Vivendi por la misma razón.
Sandra me llevó a estos tres lugares al atardecer y descubrí que uno puede encontrarse desayunando un chocolate con churros en un lugar que recuerda a los tradicionales bares madrileños (Derby). Luego puede entrar por una ordinaria y vieja puerta de madera y encontrarse de repente con un decorado de fantasía que cruza una antigua calle de la ciudad hasta llegar a una bonita glorieta con una de las mejores terrazas desde las que observar el atardecer (Momo’s). Y finalmente se puede acabar la noche en una antigua cuadra en la que se puede beber licor de orujo y de café sobre los bebederos del ganado e intentar, más tarde, superar la rampa de piedra con eslabones sin perder la dignidad (Modus Vivendi). Santiago es surrelista.
Que chula la entrada!!! Me ha gustado muuuucho mucho, toda una joya creativa!
Me alegro que te haya gustado tanto como a mí hacerla 🙂
Vivo en Santiago y cada vez que lo veo en imágenes me maravilla. Es, sin duda, un lugar precioso al que los que vivimos aquí no le damos el mérito que merece. Gracias y enhorabuena por la entrada. Un saludo de El Arca de Pin.
Me alegro que te haya gustado. La ciudad en la que vives es preciosa y tiene unos rincones increíbles. Aprovechala 😉
Fantastic!
Jo he estat a Santiago amb tu de petita i no he vist res de res, avui m’han entrat ganes d’anar-hi i visitar Santiago amb el mapa de Sandra en una ma i amb el teu post a l’altre. Espero poder-ho fer.
Vas estar-hi i no vas veure res? Però què hi vam anar a fer? És una ciutat fantàstica, quan vulguis t’envio el mapa.