No he sido justa con Cuba y por eso recibo mensajes de este tipo: «Veo que no has disfrutado mucho de Cuba», «parece que no te gustó Cuba», «siento que tu viaje a Cuba fuera tan mal», etc. Pero realmente mi viaje por la isla ha sido uno de los mejores de mi vida.
Si sigues el blog desde hace un tiempo, probablemente me dirás: «Pero Irene, ¿es que no te acuerdas de lo mal que lo pasó tu hermana con el zika? ¿Ni de la incómoda contradicción entre la vida turística y la vida local?» Seguramente que, cuando mi hermana lea esto, se preguntará si ya se me han olvidado nuestras experiencias en las guaguas abarrotadas y la continua guerra con la burocracia. Me acuerdo de todo eso, pero también me acuerdo de mucha gente y muchas situaciones que conforman la parte del viaje que se me olvidó contar.
Para remendar mi error y dejar de hacerte creer que me fui de Cuba odiándola, aquí tienes todas las razones por las que me gusta y extraño ese país (a pesar de todo).
POR SU GENTE
Llegué a Cuba con la ingenua idea de recorrerla en autoestop. Digo ingenua porque, aunque me habían advertido lo difícil que es moverse de este modo por el país, esos avisos no me habían servido para crear una estrategia. Simplemente tomé un camión a Bayamo y, desde allí, decidí que volvería a La Habana gracias a la hospitalidad de los conductores cubanos.
La película podría titularse Una idiota en Cuba y esos fueron los errores que esa idiota cometió:
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- Querer hacer autoestop de ciudad en ciudad.
- No imaginarse que la salida de las ciudades serían el lugar en el que la mayoría de cubanos ondean billetes al aire ofreciendo su mejor precio para conseguir un trayecto cómodo y rápido hacia su destino.
- No imaginarse tampoco la vergüenza que le daría alzar su mano sin ningún billete al lado de un guajiro (campesino) que ofrece lo poco que tiene para colaborar con el trayecto.[/su_list]
Finalmente solo conseguí viajar en autoestop hasta Camagüey. Más allá de ese lugar, el viaje se convirtió en una combinación de trenes locales, guaguas, camiones y autobuses escolares. Además, por mi fijación de ceñirme a la ruta más transitada por los coches locales, me perdí algunos paisajes interesantes como La Sierra Maestra, las playas de Holguín y Santiago de Cuba. Sin embargo, cada vez que recuerdo el viaje y la poco llamativa ruta que escogí, se me dibuja una amplia sonrisa.
Me provoca ternura recordar a la familia guajira de Las Tunas observándome curiosos tras los árboles mientras colocaba mi tienda de campaña en un rincón del pueblo. Uno a uno se acercaron a preguntarme qué diablos estaba haciendo y acabé duchándome tras su cocinas y compartiendo una olla de congris. Al amanecer, Yurivel me entregó su retrato infantil «para que no le olvide».
Pasar por la aburrida ciudad de Ciego de Ávila me llevó a conocer a Yuniel y Alejandro y a viajar con ellos como lo hacen los guajiros; con mucha paciencia y muy pocos pesos. Nos perdimos por la provincia de Sancti Spiritus mientras arrancábamos los tronquitos de caña de azúcar para esquivar el hambre y pasamos la noche bajo un puente para refugiarnos de las hormigas que habían hinchado mis ojos con sus mordidas. Al día siguiente, Alejandro invirtió nueve horas de su tiempo en asegurarse de que llegaba sana y salva a La Habana.
Tampoco me olvido de la hospitalidad de la familia Suárez, que me acogió desinteresadamente en Guanabacoa durante dos largos meses, ni a los señores que perdieron su guagua para ayudarme a encontrar a mi hermana, ni al señor desdentado y con la camisa remendada que me invitó a dulce de cacahuete, ni a todos los personajes que se cruzaron por mi fallida ruta cubana para hacer más fácil el camino.
POR SU CULTURA
La cultura cubana no te la aprendes ni en cien viajes. A Cuba se le reconoce su música, su historia, su literatura y su cine, pero para mí el aspecto más interesante de la cultura cubana es la santería. Es peculiar el sincretismo que se generó entre dos tipos de culturas tan dispares como la tradición yoruba y la religión cristiana. La santería, en Cuba, no conoce de educación ni de estratos sociales. Desde el zapatero de la chabola de la esquina hasta el director del hospital de La Habana pueden estar llevando ahora mismo una pulserita amarilla y verde para protegerse del mal de ojo.
[su_note note_color=»#ffffff» text_color=»#5b5a5a»]Lee > Guanabacoa: La capital de la santería cubana[/su_note]
POR SU CONFIANZA EN LA POLICÍA
Este apartado es un poco raro, pero es que viniendo de México me sorprendió que un cubano me dijera: «Si tienes algún problema, ve a la policía, ellos te van a ayudar. La policía cubana son de mucha ayuda». Tristemente, tuvimos que seguir el consejo de ese señor y acudimos a denunciar el robo del móvil de mi hermana a la comisaría de Guanabacoa.
La situación fue surrealista: Después de superar un laberinto de pasillos, llegamos a una minúscula habitación decorada con retratos de Fidel Castro y Chávez. Una mulata con el pelo keratinizado rebuscaba entre los papeles desparramados sobre su pequeño escritorio, mientras un señor esposado en una esquina del despacho, la miraba con cara de yo no he sido. Aplazó el caso del señor unos minutos y atendió a mi hermana, explicándole que, para proceder la denuncia, debían encontrar un abogado que se hiciera responsable del caso para representarla en el juicio cuando ella ya no estuviera en Cuba.
Tardaron más de una semana en encontrar el abogado, pero durante los siete días la señora nos atendió de manera amigable. En una de esas visitas, me encontré con una imagen bizarra: Al final del pasillo había una celda. Dentro de ella se encontraba un mulato vestido con camisa de algodón blanca charlando despreocupadamente con un chico ataviado con el uniforme de policía al completo. Sorprendentemente, ese chico también se encontraba encerrado en la celda. Otros policías se sumaron a la conversación desde la zona libre del pasillo. No entendí muy bien si el chico estaba realmente detenido, ni cuál era la relación entre los miembros del grupo, ni si algo tenía sentido, pero me quedó claro que la policía cubana poco tenía que ver con la española y mucho menos con la mexicana.
POR EL RESPETO HACIA SUS PLAYAS
A Cuba le importan sus costas. Por eso, para darse un baño en las playas del este o en el norte de Camagüey, hay que caminar unos cuantos metros desde la casa o el hotel. Eso permite que puedas hacer fotografías como esta:
O esta:
Cuando vas a la playa en Cuba, realmente estás en una naturaleza de playa. No hay rastro de chiringuitos, hoteles descomunales o casas de veraneo. La playa son palmeras, arena y algas. Nada más. La Riviera Maya debería aprender un poco de esa islita que tiene justo al lado.
POR SUS DERECHOS SOCIALES
Esperando el camión a Bayamo, un señor me expresó su agradecimiento hacia el gobierno: «Es bueno, te da casa, comida y salud. Incluso puedes ir a la universidad si quieres. Nos cuida.» Por un momento me pareció que estaba hablando de sus padres. Al fin y al cabo eso es lo que el mismo gobierno cubano se enorgullece de ser: Un padre que se preocupa por resolver las necesidades básicas de su pueblo.
Puede que a los cubanos les cueste encontrar carne de res, langosta, el último modelo de Volkswagen, palos selfies, electrodomésticos asequibles y ropa que siga la moda de París, pero tienen lo más fundamental: salud y educación. Y cualquier cubano reconoce eso, aunque para muchos de ellos no sea suficiente.
Por otro lado, es impactante observar las colas para recoger el pan que el estado distribuye entre el pueblo (casi) gratuitamente. Muchos extranjeros se escandalizaban al ver a la gente con cara aburrida esperando su turno para llevarse a casa una botellita llena de leche de vaca. Aún no me explico muy bien esa primera reacción, pero puede ser a que asociaran inconscientemente esa imagen a las cartillas de racionamiento que existen en nuestros respectivos países para las clases sociales más desfavorecidas. Sin embargo, en Cuba el derecho a pan, leche, frijoles y arroz abarca cualquier clase social.
El pan diario es un derecho que cualquier cubano puede permitirse, independientemente de su sueldo y patrimonio. Incluso yo misma, una extranjera, iba a buscar el pan cada día con la cartilla de la familia cubana que me acogía. Nada tiene que ver esa cola de gente con la de las señoras mayas recogiendo su bolsita de frijoles en la avenida cinco de Bacalar. Esa es una medida de alivio social; sin embargo, en Cuba ese es un derecho social.
PORQUE NO ES FÁCIL
Conocer una realidad como la cubana es un desafío. Resulta demasiado peculiar, singular, sin paralelos como para poder entenderla por comparación u oposición, o para intentar explicarla a partir de un par de prejuicios, a favor o en contra. La realidad cubana muchas veces toca el absurdo, diría que es una realidad que en ocasiones se convierte en irreal. Por eso la premisa más importante para intentar una interpretación de la realidad y la vida cubana es vivirla, pues sólo así se puede empezar a entender algo, aunque nunca se entenderá todo.
Leonardo Padura
No hay mejores palabras para resumir un viaje a Cuba. Ese país que reconstruí en mi cabeza a raíz de las lecturas sobre el Che, de los libros de historia y de las pocas noticias sobre el país que llegan a las televisiones españolas, no tenía nada que ver con la complejidad de un sistema del que no entendí nada. Por eso quería volver a México después de un mes en La Habana y, si mi hermana no hubiese estado allí como excusa para seguir aguantando la vida en un paradigma roto, probablemente lo habría hecho.
Me quedé en Cuba dos intensos meses, y para poder disfrutar de la isla caribeña tuve que aceptar mi derrota. No había modelos, ni ideas ni conceptos que yo supiera de antemano sobre Cuba. Había que hacerse al país desde cero, con el corazón en la mano y listo para ser destrozado y remendado una y otra vez. Al cerebro era mejor dejarlo en la mochila, porque a Cuba no se la entiende, se la vive, y aún así eso no es garantía de nada.
Mi rostro una vez leido este articulo… es que AMO A CUBA y creo que todos los cubanos la sentimos en el corazón..
Por eso duele tanto, a veces 😉
Vamos, es que no se puede haber descrito mejor.
No se puede ir de abanderado en Cuba, mejor vivirla y luego, ya si eso, intentar digerirla.
Y, sí, a mi también me gusta Cuba, aunque en realidad no pueda ni decir por qué. Debe de ser una sensación, un vivir, un noséqué que me hace querer volver aunque quisiese muchas veces marchar.
Un besazo
Hola Claudia! Sí, es que Cuba es mucha Cuba. Me gustaría volver algún día para verla con unos ojos más entrenados. Creo que la experiencia cambiaría totalmente.
Un abrazo!