Que un coche le pisara el pie esta mañana ha sido suficiente para que Irene se echara a llorar. No por el dolor (sorprendentemente su pie ha sobrevivido al atropello), si no por… No lo sabe, pero el caso es que Irene ha comenzado a caminar la cuesta hacia Dharamkot sorbiendo lágrimas incontrolables, hasta que ha encontrado un banco en el que esperar a que el drama pasara.
Intentando disimular su explosión de tristeza, ha saludado a los monjes y famílias tibetanas que iban y venían de Dharamkot dejando por el camino un billete en las manos de un viejecito sentado a pocos metros de su banco. Después de unos minutos intercambiándose miradas, primero, y sonrisas, después, el mendigo la ha sorprendió preguntándole en un decente inglés:
– ¿De dónde eres?
– De España.
– ¿España está en Europa?
– Sí, cerca de Francia.
– ¿En España habláis francés?
– No, español.
– ¿Y escribís como los ingleses?
– Sí.
Animada por la conversación, Irene le ha preguntado por su origen. Su pregunta ha recibido una vaga respuesta («del sur») acompañada de una mueca de dolor y una palamadita a su cadera. Se ha levantado y, sin conseguir ponerse derecho, se ha acercado poco a poco al banco para contarle a Irene su historia:
«Tengo un dolor muy fuerte y no puedo comprar las medicinas. Vine del sur de India a McLeod Ganj para ver al doctor. Un vecino me dijo que aquí había medicinas gratuitas, pero resulta que no lo son. Cuestan tres mil rupias. Me he gastado todo el dinero que tenía en comer, en el médico y en el viaje, y ahora no puedo volver. Necesito 2000 rupias para volver a casa. Quizás puedes ayudarme…»
Irene se ha acordado de la mujer en Calcuta pidiéndole leche para su bebé y señalándole una tienda en la que el vendedor sacaría su tajada vendiéndole un paquete de leche a precio de oro. Se ha acordado también de ese chico de Varanasi que quería comprarle un sari a su madre. Acompañarle serían solo unos minutos, pero acabaron siendo una hora en una tienda cuyos dueños querían sospechosamente convencerla de que los acompañara a una boda o a tomar algo con ellos por la noche. Se ha acordado de los chicos pidiendo donaciones para los pobres viejecitos que no pueden permitirse el precio de una cremación y, acordándose de todos esos personajes, ha contestado mecánicamente: «No, lo siento mucho, no te puedo ayudar».
El mendigo le ha insistido como insisten todos los pobres en India cuya cena depende de las rupias que decides darles, y después de negarse una y cien veces, Irene le ha invitado a sentarse a su lado. Después de una conversación convencional en India (¿estudias?, ¿estás casado/a?, ¿qué moneda tenéis en España?, nunca he visto un euro…) Irene ha descubierto que el mendigo se encuentra solo, no solo en Dharamsala, si no en el mundo:
«No tengo família y mi región es muy pobre. No hay ningún hombre rico. Todos se dedican al campo. Yo vendía arroz en el mercado. Aquí todo es caro. ¡Comer por 70 rupias! (Se santigua) Duermo en la estación porqué no puedo pagar un hotel y cada día vengo aquí a pedir el dinero para vivir. En mi pueblo era más fácil, los vecinos me daban para que pudiera comer y tenía mi casa para dormir».
Allí están una al lado de la otra, dos almas solitarias, una de forma existencial y otra de forma literal. Es curioso, la solitaria existencial, que en el fondo no tiene más problemas que el de escoger los platos del menú, tenía los ojos enrojecidos por el ataque dramático que había sufrido pocos minutos atrás, mientras un señor que vivía atrapado en Dharamsala le explicaba su historia con una sonrisa en la cara. «Una cosa es lo que hay en el exterior y otra en el interior» ha sido la respuesta del mendigo a la paradoja.
El mendigo ha suplicado otra vez su ayuda y esta vez Irene ha alargado un billete. «¡No no no no! ¡Guárdalo!» Irene se ha quedado confundida. Es la primera vez que alguien en India ha rechazado su dinero. Mientras se dispone a volver a McLeod Ganj, el mendigo le ha vuelto a repetir: «Si puedes ayudarme, ya sabes dónde estoy». E Irene se ha ido de allí cargando con la responsabilidad de ser la esperanza de ese viejecito atacado por la edad y con la culpabilidad de no estar haciendo nada por él.
Seamos sinceros, 2000 rupias son 25€ y la verdad es que ese dinero está en la cuenta de Irene. ¿Por qué después de escuchar esta historia no se ha dirigido hacia un cajero para mandar a ese pobre hombre de vuelta a casa? Las respuestas que rondan por su cabeza son varias: Porqué 25€ en India es mucho dinero, porqué 25€ es una semana de viaje, porqué puede ser que el mendigo la esté engañando. Porqué es una egoísta.
Aparece por su cabeza otra pregunta; una vía para escapar del sentimiento de culpabilidad: ¿Porqué debo ser yo la persona que debe sacar a este señor de su miseria? Y de repente se percata de que en Dharamsala aún no ha visto a ningún mendigo tibetano. Le parece extraño, pues ellos también se encuentran atrapados en Dharamsala, llegan aquí sin nada más que lo puesto y, a veces, incluso tienen la responsabilidad de mandar dinero a sus famílias. Pero en las dos semanas que lleva aquí, ningún tibetano se ha acercado para pedirle que le solucione la vida o la cena de esa noche. Parece ser que los tibetanos son capaces de apañárselas solos, pero no es así. En realidad los tibetanos saben ayudarse entre ellos.
Si no cómo se explica que un chico llegado a Dharamsala solo, después de meses cruzando los Himalayas, no esté condenado a dormir en la estación de autobuses o a pedir dinero a los caminantes; si no que, en lugar de eso, pueda dirigirse a las innumerables asociaciones de ayuda a los refugiados tibetanos (la mayoría de ellas dirigidas y fundadas por los propios tibetanos que llevan más tiempo establecidos en Dharamsala) y que pueda, con el tiempo, alquilar una pequeña habitación desde la que ofrecer un curso de cocina que, en un futuro, aparecerá en la Lonely Planet.
Parece ser que a los tibetanos les salva un sentimiento de comunidad que no existe en India; un país en el que hay gente que asume la pobreza como su destino o como una parte más de la estructura social. Puede que por ello el mendigo sepa que pierde el tiempo pidiendo unas rupias a los turistas indios y que todas sus súplicas se dirijan a los monjes tibetanos que, o bien se paran a saludarle o a extenderle un billete.
Visto así, se entiende que la gente defina la pobreza de India con la palabra miseria, y que a Irene (que parece fría y distante cuando responde con un escueto «No» a la mujer que le pide por enésima vez leche para su bebé) le abrume esa miseria. Pues cuando una sociedad condena a su propia gente a la pobreza, a los condenados no les queda más remedio que recurrir a la mendicidad, a la picaresca o a esa chica que llora en el banco de al lado.
No voy a parar de leerte.
¡Así me gusta! ;P
Un post molt educatiu Irene, admiro el sentiment de comuniatat Tibetà, un gran exemple contrariat per l’accpetació de la misèria a l’India…
Quants tecnicismes! Jaja M’alegro que t’hagi pogut ensenyar alguna cosa.
Cada dia t’admiro més! Ets genial en tots els sentits 🙂
Molts petons preciosa!!
Em faràs posar vermella! :*
Hola Irene! Quants mons tan diferents hi han fora del nostre i quanta misèria! I quina sort que tenim… Esperem que ja estiguis bé del teu peu.
Vitjant una aprecia molt millor la seva sort. Un peu atropellat no és res comparat amb la vida de moltes persones a India…
El peu està perfecte 😉
Una abraçada!
Molt bon post Sire! M`ha emocionat, primer de veure’t trista i atropellada :0 ! Després pensar en com viu aquest pobre home, com has reaccionat i com t’ha costat i el dubte que crea penssr com em veuria en el teu lloc. Segueix així Sire, una abraçada molt forta!
A India és massa freqüent trobar persones en situacions com aquestes. Això fa el viatge emocionalment difícil. Però no seré jo qui em queixi, tenint la sort que tinc.
Algú em va dir que hi ha un abans i un després d’un viatge per India, i puc dir que és ben cert.
Aquest viatge t’esta fent veure la realitat, analitzes el que veus i no nomes viatges si no que mires a les persones. Nosaltres quan viatgem nomes veiem pedres, arbres, muntanyes, atraccions, etc, pero ni ens fixem en les persones. Tu si, estas mirant als ulls a les persones, ho has fet en d’altres posts, pero aquest cop ha estat molt profund, a mesura que anava llegint he imaginat a aquest home i no se pas com hauria reaccionat, ha estat una experiencia molt dura pero que et fa pensar amb la societat en que vivim. Ha estat un dels teus millors posts, et felicito. En el fons penso que aquest tipus d’experiencies son les que has anat a buscar, no ho se.
Per cert com tens el peu?
Sempre ho dic: És la gent la que està fent aquest viatge tan especial.
El meu peu està bé. Tinc la roda marcada però puc caminar.
Molt profund. Aquesta Irene que dius s’ho ha currat molt i cada post escriu millor!! Aquest blog és molt més que un seguiment dels teus viatges!!
Gràcies Míriam! :*
Muy interesantes tus pensamientos sobre la miseria. No pares tus reflexiones!
Reflexionar cansa mucho, sobre todo si no estás acostumbrada a ello… ;P