Una se acostumbra rápidamente a lo bueno y se olvida de las penurias de viajar sola por China. Ya lo dije que me había acomodado, y por si siete días en Xiamen sin tener que preocuparme por nada más que respirar parecen pocos, a estos les siguieron cinco días en Banxi; un pueblo a dos horas de Fuzhou en el que vive la familia de Nakui y en el que los habitantes no han visto un extranjero en su vida. Hasta que llegué yo.
Cuando salí del coche los niños se escondieron detrás de las faldas de sus madres. Mientras cenaba algunas vecinas entraron en casa para verme y hacerme algunas preguntas (Nakui aceptó divertida el rol de traductora):
– ¿A qué hora cenas en España?
– A las 10.
– ¡Increíble! ¡Qué tarde!
– ¿En España hablan inglés?
– No, español.
– ¿Tienes hermanos? ¿Cuántos años tienes? ¿Trabajas? ¿Qué comes en España?
La madre de Nakui (de ahora en adelante laomā) señaló mi nariz y se tocó la suya mientras me decía que era especial. «¿Te gusta la comida?». «Hào chī!» (¡delicioso!), le dije. Todos rieron y repitierron «hào chī!». ¡Las primeras palabras inteligibles de la extranjera!
Porqué soy alta la gente en el mercado generalizaba: «¡qué altos son los extranjeros!». Las tenderas salían a la calle para verme pasar y la vecina de seis años me llamaba serpiente. Nakui me contó la leyenda de dos serpientes con apariencia de mujeres bellísimas y la comparación que hizo la niña me pareció entonces evidente.
Pasaron los días y los niños se acostumbraron a mí, aunque laomā tuvo que aclararles que «la extranjera no es un extraterrestre» (en mandarín, la palabra «alien» y «extranjero» solo se diferencian por una sílaba/carácter). Como en Xiamen, solo debía preocuparme de respirar. La comida era cosa de laomā (a veces de laobā, el padre) y el entretenimiento lo ponía Nakui.
Me llevaron al templo de la cima de la montaña. Compraron fruta del dragón porqué saben que es mi favorita, y unos calcetines, porqué los viejos se agujerearon. Me llevaron al mercado para que les dijera qué quería comer, y para saber qué es lo que no había en España (casi todo). Probé la comida favorita del hermano de Nakui: la barbacoa. Fui al balneario con el presidente de la escuela en la que trabaja laobā, y compraron pan y leche porqué Nakui les dijo que eso era lo que comíamos en occidente.
No hay nada peor que vivir unos días en casa de una família para darte cuenta cuánto extrañas a la tuya. Y para volverte torpe otra vez. Seis meses de viaje de repente no sirvieron para nada, y aún menos en China. Cuando volví a la ruta, con dos abrigos encima, porqué según laomā haría frío -y tenía razón; todas las madres del mundo deberían ser las encargadas de predecir el tiempo-, ni siquiera tuve que preocuparme de comprar el billete, ni de qué desayunar. Laobā se acercó a la ventanilla y volvió con un papelito que decía que mi destino era Quanzhou. Minutos más tarde volvió con unos bollos, un churro y una bolsita de leche de soja. Por si tenía hambre, en mi mochila habían metido una fruta del dragón y dos paquetitos de leche. Me despedí de ellos recordando el día en que me despedí de mi família en el aeropuerto de Barcelona, y cuando el autobús arrancó volví a sentirme desamparada.
Llegué a Quanzhou con la dirección de un hostal escrita en un papel. Se lo enseñé al taxista y me dejó en medio de una intersección, sin entender del todo dónde estaba y sin encontrar el hostal. Recorrí la calle cuatro veces. Nada. Una señora preguntó a los vecinos: nadie sabía nada. Me indicaron una calle donde había un hotel y caminé hasta ella. Gracias a buda, a los dioses y a los ancestros, la señora vino a buscarme con su motocicleta y viéndome perdida me condujo hasta un hotel. Les pregunté temiendo que el precio de la habitación fuera demasiado alto, pero la respuesta fue peor: «no alojamos a extranjeros».
No estaba de humor para aguantar las risas de la recepcionista y la cara hermética del chico que negaba con la cabeza sin despegar los ojos de la pantalla me pareció una falta de educación. Me había olvidado de que en China la gente no sonríe como en el sudeste asiático, pero que eso no significa que no estén dispuestos a ayudar, a veces incluso sin tener que pedirlo. El chico estaba buscando un traductor en internet para comunicarse conmigo y decirme que podía ayudarme a buscar un lugar donde dormir. Sus opciones, sin embargo, no solucionaban el problema: solo conocía hoteles de tres a cinco estrellas. Yo solo podía permitirme un hostal.
Se me iluminó la bombilla y le di el teléfono de Nakui, que hizo otra vez (y espero que última) el papel de traductora. Ella se encargó de buscar la dirección de otro hostal en Quangzhou, de comprobar que existía y de comunicar la dirección al guardia de seguridad del hotel para que me llevara hasta allí. Y aquí estoy, en un agradable hostal en la calle principal de Quanzhou, disfrutando de los templos, de la comida y asustando a los niños, que se esconden tras las faldas de sus madres cuando ven pasar al extraterrestre.
Impresionante aventura!
Me muero de envidia… (sana) 😉
Hahaha així que ara ets una serp amb aparença de dona bellisima a més a més d’alien!!!!! Que gran!! Quantes coses en una!!
Lo de dona bellíssima suposdo que ja te n’havies adonat, no?
Tinc una germana extraterrestre! Jo també et trovo a faltar, t’espero a Irlanda, un petit sudest asiàtic a l’anglesa.
Ja em diràs en què s’assembla Irlanda al sudest asiàtic. M’has deixast intrigada!
Molt interessat! extraterrestre? no crec! pel que sembla no només aprèns tu en aquest viatge, la gent amb qui et creues també acaben aprenet alguna coseta d’una altra cultura i coneixent algú interessant 😉
Per ells sóc com un petit viatge a Barcelona, però sense moure’s de Xina 😉