Me considero afortunada. En estos treinta y un años de vida solo he tenido un momento de miedo. Me refiero a ese miedo que te bloquea, que lo sientes en el vello erizado de la piel, en las palpitaciones y en el sudor frío. Se apareció durante una noche en Portugal y espero no volver a encontrármelo nunca más.
Desde que salí en bici de Sabadell, cada atardecer se cumplía la misma rutina: Encontrar un lugar seguro en el que acampar. Después de preguntar a las señoras del pueblo y al campesino que trabajaba su tierra, decidí que esa casa abandonada no era tan amenazadora como parecía. Monté la tienda bajo un naranjo y comencé a preparar la rutinaria cena de arroz con verduras.
El campesino, al que ya creía cenando en su casa, se acercó hasta mi campamento para asegurarse de que todo estaba bien. Algunas de sus preguntas fueron:
– ¿No te da miedo acampar tan cerca de la carretera? Alguien puede acercarse por la noche.
– ¿Tu tienda tiene seguro en el interior de la puerta? ¿No es fácil abrirla?
A la primera le respondí que no y a la segunda, aún no sé por qué, le mentí con un sí. Se fue convencido de que iba a dormir dentro de una tienda de campaña cuya puerta era imposible de abrir desde el exterior. Y yo me dormí convencida de que podía dormir fresca y segura bajo ese naranjo.
Bien entrada la noche, oí voces en el exterior y unas luces iluminaron mi carpa. Intuí que quien fuera que estuviera allí, iba a abrir la tienda en cualquier momento, así que saqué mi navaja y casi al momento la hinqué en la mano que estaba intentando abrir mi carpa. Salí a trompicones y corrí por ese campo sin sentir el dolor de las espinas clavándose en mis pies porque en realidad seguía durmiendo, hasta que mis párpados se iluminaron con los faros reales de un coche cuyo motor rugía cerca de mi tienda. Abrí los ojos y me di cuenta que la pesadilla se había hecho realidad.
Una voz de hombre preguntando si había alguien allí dentro activó las alarmas del miedo. El saco de dormir se empapó de un sudor frío y mi capacidad de reacción se bloqueó: ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Debía salir de la carpa para ver quién era? ¿Debía responder desde la «seguridad» de mi cama que allí dentro estaba yo intentando dormir? Empecé a temblar cuando recordé que había mentido a ese campesino. La puerta no era segura y cualquiera podía abrirla desde fuera. Pensé que la reacción que había tenido en mi sueño no era tan descabellada y me aferré a la navaja para clavarla en cualquier mano que intentara entrar en mi casa.
Me pareció que el sudor, mis palpitaciones y mi posición incómoda agarrando fuertemente un cuchillo que no estaba segura de querer utilizar, estaban durando una eternidad; y ese hombre no parecía querer dejar de insistir en saber quién estaba acampando allí. Cuando ya estaba imaginando lo peor que podría pasarme, el hombre se despidió: «Adeus chica».
La palabra «chica» fue el clímax final a todo ese espiral de miedo y confusión. «Chica» es una palabra española, por lo tanto ese hombre sabía que allí dentro había alguien y que su pasaporte era español. «Chica» es también una palabra femenina, así que sabía que allí estaba durmiendo una persona española que además era mujer. Se me ocurrieron miles de opciones: que fuera el campesino, que fuera alguien del pueblo que había hablado con el campesino, que fuera el señor que conducía el tractor cuando pregunté al campesino si podía campar en ese terreno… Las posibilidades eran muchas pero ahora solo se me ocurría una pregunta urgente: Eran la una de la madrugada, ¿debía seguir durmiendo o debía recoger la tienda e irme a dormir a otra parte?
El hombre podía volver en cualquier momento, solo o con amigos, pero también podía ser que no se hubiese ido realmente. La idea de salir de esas cuatro paredes de tela y encontrarme a un hombre escondido entre los árboles me dio pavor, así que me convencí de que esa historia ya había terminado y me dormí.
Al amanecer recogí mis cosas lo más rápido posible y seguí camino hacia Oporto. Creo que nunca he pedaleado tan rápido como ese día. El miedo te da energía, pero también te provoca ese rechazo a seguir haciendo lo que te ha llevado a encontrarte con él cara a cara. Pensé que ese era el fin del viaje, que era una señal para meter la bici en un bus y volver a la seguridad de mi casa. Casi le hice caso al miedo cuando se me ocurrió el siguiente razonamiento:
Llevo tres meses pedaleando. Eso son 70 noches de acampada libre por España y Portugal. Ninguna de esas noches he tenido algún problema. Ayer fue la peor noche de toda mi vida y, realmente, aún no sé lo que sucedió. Todo el miedo que sentí era por lo que yo imaginé que podría pasar en tan solo un segundo. Realmente no pasó nada. Ahora estoy aquí pedaleando sana y salva. Tengo dos opciones:
a) Volver a casa.
b) Seguir hasta Lisboa y acampar un par de noches más al lado de la carretera.
No sé de dónde saqué las fuerzas para escoger la segunda opción. Incluso ahora, escribiendo estas líneas, me sorprende que en ese momento hubiese decidido por la opción más arriesgada. Supongo que pedalear te da cierta clarividencia para tomar decisiones difíciles y, en ese momento, afrontando una subida bajo 30ºC, me di cuenta que seguir el instinto dictado por el miedo iba a ser el final más triste a un viaje que me había ayudado a ser un poco más valiente.
Podía volver a casa y acabar ese viaje con el agrio sabor de boca que deja el miedo, o podía aceptar que este inesperado compañero de viaje se había subido a la bici para no poner punto y final a este viaje, si no para recordarme que debía tener presente que, en la vida, cualquier cosa puede pasar; simplemente hay que tomar precauciones y seguir disfrutando de la brisa en la cara como lo había estado haciendo estos últimos dos meses.
Así pues, con el peso del miedo en las alforjas, seguí camino hacia Lisboa y, en una de esas noches buscando un lugar seguro en el que acampar, conocí a una entrañable pareja de ochenta años que me adoptó como si fuera su nieta. Me gusta creer que ellos fueron la señal de que tomé la decisión correcta.
El miedo no se va
Después de Portugal, he seguido acampando por el mundo y ninguna experiencia similar ha vuelto a repetirse. Aunque, a menor escala, he tenido episodios de micromiedos en Asia y Norteamérica, e incluso mucho antes de animarme a viajar el miedo ha llamado a mi cabeza de vez en cuando. Por ejemplo, antes de comenzar a viajar sola me daba miedo hacer autoestop, confiar en extraños, quedarme sin dinero, no saber cómo reaccionar ante los problemas, que no me entendieran, que me pasara algo malo a miles de kilómetros de casa, no encontrar un lugar en el que dormir, conocer gente mala y darme cuenta demasiado tarde de que eran gente mala.
También, aún hoy, tengo miedos irracionales, como el terror a las alturas, a los cenotes, a bucear, a la oscuridad, a los bosques de noche, a que se caiga el avión, a la acampada libre. Y algunos son muy absurdos, como el de nadar sola en una piscina por miedo a que me coma un tiburón o un ser mutante extraño.
Nunca he superado esos miedos, pero a pesar de ellos hago autoestop, viajo sola, me dejo adoptar por extraños, viajo a países como China donde saber inglés no sirve para casi nada; acampo sola, he escalado, he rappelado, y me he divertido enormemente haciendo ráfting. También he nadado en cenotes de noventa metros de profundidad con el corazón palpitándome en los oídos y he subido a la cúpula del duomo de Florencia aferrándome con todas mis fuerzas a la barandilla. Sin embargo, nada de eso me ha quitado el miedo, y no creo que este se vaya algún día.
Sí, viajo sola desde hace años, hago cosas que confrontan mis temores y sigo cargando miedos absurdos. Como tú en mi situación, me morí de miedo durante esa noche sola en Portugal y quizás, por ello, pienses que estoy loca por seguir haciendo lo que hago. Puede que tu lógica coincida con la de una chica que conocí en Lisboa e interpretó lo que me pasó esa noche de la siguiente manera:
Te podría haber pasado lo peor. Si no pasó, deberías tomarlo como un recordatorio de que estás arriesgándote demasiado. Quizás es un aviso para que dejes de hacer lo que estás haciendo.
Pero mi lógica trabaja de forma opuesta. Sí, me podría haber pasado lo peor, pero no sería porque estoy arriesgándome demasiado. Sería porque estoy viviendo la vida como escogí vivirla. Cada semana me enfrento a una situación que me recuerda que el miedo vivie dentro de mí, ya sea porque tengo que enfrentarme a un puente colgante, a una montaña escarpada, a un lago demasiado profundo, a un hombre que me molesta demasiado, etc. Cuando eso sucede, me replanteo las opciones que he mencionado más arriba: Puedo volver a casa y cubrir mi vida de una falsa seguridad o puedo seguir disfrutando del viento en la cara, de la hospitalidad de la gente extraña, de los paisajes, de los contrastes culturales y de la seguridad de saber que la vida se encuentra al otro lado del miedo.
hola irene yo ando en kayak en invierno eso si con todas las medidas de seguridad chaleco salvavidas, traje de neoprene completo botas del mismo material , traje impermeable pantalon, y campera. un abrazo
Genial Carlos! Espero que lo disfrutes 🙂
Abrazo!
Hola Irene¡
Qué gran post¡ he viajado mucho por Asia que es muy seguro pero inicio mi primer viaje sola por Sudamérica en un par de semanas y estoy empapándome de vuestros ánimos para gestionar mis miedos, que como bien dices, siempre estarán ahí pero quiero aprender a convivir con ellos y que no me limiten. Empezaré en Colombia y voy sin billete de vuelta, me encantaría poder coincidir contigo y compartir experiencias en algún lugar de Sudamérica. Si te apetece escríberme por privado, encantada de compartir aventura. Mil gracias¡ abrazo
Hola Tamara!
Ánimo! Una vez en la ruta ya verás como no todo es como lo pintan en las noticias. Yo también crucé la frontera de Tijuana con miedo y mira ahora, dos años por México y encantada de la vida. Cuando estés por Sudamérica puedes escribirme. El próximo año espero estar en Colombia 🙂
¡Hola Irene! Que post tan sincero y personal. A decir verdad, yo habría pensado, posiblemente, como la chica de Lisboa pero te juro que me muero de envidia por el coraje y la valentía que tenes de seguir adelante, cumpliendo tus sueños.
Espero que el camino, como hasta ahora, te traiga muchas más alegrías y crecimiento que tristeza y miedo.
¡Te mando un abrazo grande!
Desde Argentina, Noelia.
Hola Noelia,
Muchas gracias por tus palabras. La verdad es que el instinto te pide reaccionar así, pero dejarte llevar por el miedo te impide vivir la vida.
De momento el camino me está tratando de maravilla 😉
Otro abrazo grande para ti!
¡Hola Irene! ¡Me ha encantado este post! Yo me habría cagado de miedo en una situación así.. Pero me ha gustado mucho el último párrafo, y estas reflexiones: «Sí, me podría haber pasado lo peor, pero no sería porque estoy arriesgándome demasiado. Sería porque estoy viviendo la vida como escogí vivirla.»
Tenemos que vivir nuestra vida como a nosotros nos parezca, y me inspira mucho leer sobre cómo tú vives la tuya. ¡Un abrazo!
Tú y cualquiera jaja Yo estaba tiritando!
Me alegra que te haya gustado la entrada y, sobre todo, inspirado.
Un abrazo desde México Isabel!
Coneixes al jorge que va fer la Volta al mon amb un 2cv? Ell sempre plantava dues tendes, per sentirse més segur.( naranjito y yo)
Al final és trobar tècniques que et facin sentir més segur. Tot í ser fake
Sí. Conec la seva història. Es una molt bona idea, tot i que carregar dues tendes a la motxila em donaria molt mal d’esquena jaja. El que a mi em funciona és plantar la tenda al costat d’una casa que em dongui confiança, tot i que no sempre es pot…