Después de un mes sedentario en Dharamsala, he vuelto al ritmo del viaje con más ganas que energía. Mi plan era el siguiente: Llegar a Srinagar desde Dharamsala pasando por el caos de la estación de Jammu y, después de unos días explorando la ciudad y sus alrededores, ir haciendo camino hacia Leh. La primera parte del plan ha sido respetada y Srinagar ha sido el mejor punto de partida para explorar este estado de India que hace años disfrutaba de plena independencia y que ahora es conocido con el nombre de Jammu y Cachemira (a veces Ladakh se incluye entre paréntesis).
Aunque mi idea era explorar el valle de Cachemira tomando Srinagar como campo base, al final mi experiencia de esta pequeña región se ha reducido a pasar tres días en su capital. Pero estos tres días han sido suficientes para acumular buenos recuerdos de Cachemira. De hecho, si tuviera que escoger cuatro palabras que respresenten esta ciudad, tengo muy claras cuáles serían y solo una tiene una connotación negativa: guerra.
Y es que si en Cachemira hay pocos turistas, no es porqué no ofrezca nada interesante, si no porqué en nuestras cabezas aún resuena la palabra conflicto cuando pensamos en esta región disputada por India y Paquistán. Cuando se le pregunta a los locales sobre sus preferencias, algunos sueñan con volver a ser un país independiente, otros están satisfechos perteneciendo a India y la mayoría teme que los pocos guerrilleros que quedan en las montañas adelanten un poco más las ya flexibles fronteras de Paquistán.
Pero la guerra de Cachemira ya no es lo que era. Ya no hay toque de queda y los extranjeros no tenemos que encerrarnos en nuestras habitaciones a las cinco de la tarde. Si no te dejas impresionar por los militares esparcidos por la ciudad, puedes disfrutar de un apacible paseo alrededor del lago (según el número de conductores de sikaras y tuktuks que te persigan).
El lago ha definido durante siglos la vida de los ciudadanos de Srinagar. Ha sido su fuente de agua y de comida y, aunque hoy en día ya nadie se atreve a beber sus aguas contaminadas, sigue siendo el centro de atención de todos los que visitamos Srinagar. Sin embargo, a mí no se me escapó el tiempo entre paseos con sikaras, visitas a jardines y mercados flotantes o viendo pasar la vida del lago desde la ventana de un barco-casa. Yo me quedé en tierra. A mí lo que me atrapó de Srinagar fueron sus casas.
Visto desde el río, Srinagar parece un puñado de edificios de madera amontonados. Caminando entre sus calles sorprenden las fachadas de piedra y madera que luchan por vencer la fuerza de la gravedad. No son los edificios que una espera encontrar en un país como India. De hecho, si no llega a ser por los coloridos vestidos de novia que abarrotan las tiendas durante el mes de agosto, el canto de las mezquitas puntiagudas y los vendedores escondidos entre las trabajadas vajillas de metal, parecería que el autobús de Jammu me ha llevado en poco más de diez horas a un viejo pueblo de Normandia.
Pero además de la guerra, el lago y sus casas, si hay una palabra que define Srinagar, esta es HOSPITALIDAD, así, en mayúsculas. De ella presumía el farmacéutico que me invitó a resguardarme del calor en su tienda, y yo afirmaba convencida su orgullo de cachemir mientras me acordaba de Halil, un profesor de inglés que conocimos una tarde en la que decidimos apartarnos del lago. Todo empezó con un encaje de manos, un «de dónde sois» y un «qué difícil es ver turistas por esta zona» y acabamos tomando un delicioso kawa (té de azafrán) en su casa, discutiendo sobre sufismo y cómo este estaba desapareciendo peligrosamente de Cachemira. Nos despedimos con la promesa (que cumplió) de vernos al día siguiente para aprender el arte de hacer pashminas, visitar el templo de la madre del antiguo rey de Jammu y las dos mezquitas más bonitas de Srinagar.
El lago, la vida entre sus calles y, sobre todo, la hospitalidad de Srinagar me hicieron olvidar que hacía poco menos de diez años sus calles se llenaban de bombas cada anochecer. Me gustaba aprender cada día un poco más de la historia de Cachemira de la mano de locales que si no te invitan a té, te dan un apretón de manos seguido de un efusivo «¡Bienvenida a Cachemira!». Pero había unas letras capitales en el mapa que llevaban días llamando nuestra* atención: Zanskar; así que con un repentino cambio de planes, me despedí de Srinagar con una taza de té y un trozo de pan con mantequilla y cargué mi mochila en el primer bus hacia Kargil. Era el primer paso de los muchos que aún no sabía que nos quedaban hasta Padum.
Vigila amb l’aigua de l’aixeta!!! No t’hagafi el mal del turista, vaig llegir fa poc un article del periodista de TV3 Xavier Coral que explica que va fer un viatge a la India i es va posar malalt, amb vomits, febre, mareig, etc., el van portar a un metge i aquest només veure’l li va dir amb certa superioritat, «voste te el mal del turista» li va donar uns remeis i en uns dies es va curar, sobre tot vigila no et passi el mateix!!
Tenia ganes de tornar a llegir els teus post, els trobo a faltar!!! Cada lloc que visites te la seva historia, el mon es molt divers i realment bonic!!
Ja porto molt temps de turista, crec que estic bastant protegida, però igualment vigilo 😉
Ja tenia ganes de tornar a llegir una nova entrada. M’alegra veure que estàs bé, que les teves fotos segueixen igual d’espectaculars i que continues descobrint-nos nous móns.
M’ha molat aquest indret, senbla un lloc especial amb una història que encara s’escriu. Llàstima del llac contaminat… Vigila amnb l’aigua que beus!
He begut aigua de l’aixeta i segueixo viva. Em van dir que no venia del llac si no de les muntanyes… Jo me’ls vaig creure.