Esta entrada ha sido inspirada en la actividad «Provocación por vocación» propuesta en el libro Turista lo serás tú de Itziar Marcotegui y Pablo Strubell (ed. La editorial viajera, pág.83).
Misión: Llevar durante dos días un cartel pegado a la parte trasera de la bici con la frase «Tengo hambre» escrita en él.
Para: Facilitar la interacción con la gente, ver cuál es su reacción y de paso comer gratis.
Dónde: En el norte de España, en las comunidades de Cantabria y Asturias. En las carreteras, caminos, pueblos y ciudades que se encuentran entre Santa Cruz de Bezana y Ribadesella.
Cuando: El 27 y 28 de mayo de 2015.
Reacciones:
De camino a San Vicente de la Barquera, un señor que pasea vestido con ropa de corredor profesional lee mi cartel por el rabillo del ojo mientras me paro a contemplar la costa. Levanta las manos y los hombros y los deja caer de golpe. Es un gesto ambiguo que puede significar: «Y a mí qué me importa» o «Lo siento, pero no tengo nada que darte».
Una vez en San Vicente de la Barquera oigo un comentario a lo lejos: «Mira esa chicuela». Dejo la bici aparcada en el puerto y recorro el pueblo a pie, por ello ignoro si hay reacciones al cartel durante esa hora, pero aún así, viendo que es bastante improbable que alguien me invite a comer, entro en un supermercado. En un banco, al lado de la bici, me como un tarrito de menestra de verduras y pego mordiscos a una barra de pan. Me imagino que debo dar bastante pena.
De camino a la salida de San Vicente de la Barquera oigo un acento afrancesado: «¿Tienes hambre?» Reconozco a un pelegrino con el que coincidí la noche anterior en el albergue de Santa Cruz de Bezana. Me río y asiento con la cabeza. «¡Yo también!» me dice, y desaparece entre risas y preguntas rápidas sobre la ubicación del albergue.
El día pasa sin más reacciones hasta que llego a Pendueles. Al día siguiente, después de arreglar un pinchazo misterioso en la rueda delantera, hago mis primeras pedaleadas y a los pocos kilómetros ya estoy desorientada.
– ¡Hola! ¿Esta calle me lleva a la costa?
– Sí. Siguiendo por aquí llegas a la senda de la costa… ¿No has desayunado? Vente a mi hotel que vamos a desayunar.
Me había olvidado que llevaba el cartel pegado al culo de la bici y al principio no entiendo qué está sucediendo, pero la sigo encantada.
Elena es una andaluza que decidió mudarse con su familia a este rincón del norte que, asegura, es el más bonito de Asturias. En el 2007, ella y su marido decidieron dejar una vida estable en Sevilla para comenzar una nueva vida en esta región. Ahora regenta un hotel muy acogedor cerca de la zona de los bufones (en Vidiago) y su marido se ocupa del ganado en la finca. Mientras nos tomamos leche con cacao, unas rosquillas buenísima y tostadas con mantequilla y mermelada, me cuenta su vida feliz en Asturias.
Cuando emprendo el camino hacia Llanes por la costa, siguiendo las indicaciones de Elena, entiendo por qué se ha enamorado de este lugar.
Paro a tomar unas fotos y me encuentro con pelegrinos que están desayunando fruta a la vereda del camino.
– Tengou haaambre. ¿Qué significa? What does it mean?
– I’m hungry.
Mi respuesta provoca risas y una foto.
El día sigue tranquilo hasta llegar a Llanes, donde vuelvo a aparcar la bici en el puerto y recorro la ciudad a pie. Vuelvo a comprar comida en el supermercado y me la como en un banco al lado de mi bici. Vuelvo a tener la sensación de que estoy creando una estampa muy triste y, al terminar, vuelvo a oír una voz extranjera familiar.
– ¿Aún tienes hambre?
Es una de las pelegrinas que me encontré por el camino a Llanes. Se aleja hacia el albergue entre risas.
Decido continuar hasta Ribadesella pero, antes de salir de la ciudad, una mujer cargada con la compra del mercado hace una breve parada a mi lado y me alarga la mano. Le ofrezco mi palma y me sorprendo al ver que ha dejado un euro en ella. Se aleja rápidamente y le grito gracias esperando que me haya oído. Siento una mezcla de estupidez y alegría con el euro en mi mano. Cuando se me ocurrió pegar este cartel en la bici esperaba reacciones de risas, algún trozo de pan y quizás invitaciones a comer, pero no dinero. El gesto generoso de esa señora me ha hecho ver que en realidad llevo dos días pidiendo limosna.
Al llegar a Ribadesella, María, que me alojará un par de noches, observa mi cartel y ríe mientras exclama un «¡qué bueno!». Me cuenta que en sus viajes también le daban comida y dinero, a lo que ella se oponía, pero la gente insistía diciendo que era para el perro.
María me guía hasta su casa y despego el cartel. Así acaban mis días de pedigüeña.
¡Qué bueno! La verdad es que hay que echarle cara para hacer este experimento. ¡Nunca dejes de xperimentar 😉 !
Claro que no, nunca 😉
Vi la charla de un chico que viajó en una tall bike en EEUU y a veces ponía un cartel como ese cuando paraba en gasolineras o al lado de la carretera para descansar. Me pareció divertido ver cuál sería la reacción de la gente en España. La verdad es que me sorprendí.
Waw Sire! un post brutal! Tu ja tens una barreja entre valentia i catxondeig que va creixent dia a dia, però me n’alegro! gràcies a això segueixes tenint experiències molt curioses i a sobre ens pots explicar aventures «frikis» de les teves!
Ànims Sire! 😉
Ja veus, cada dia estic una mica pitjor.