– Sin un billete de salida de Estados Unidos no puedes embarcar.
– Es que voy a salir de Estados Unidos en autobús hacia Canadá.
– Es que el billete tiene que ser a un país no fronterizo. Salir hacia Canadá o México, incluso en avión, no es válido.
Esta era la situación en el aeropuerto de Barcelona dos horas antes de que mi vuelo a Nueva York despegara. Las opciones eran:
a) Volver a casa y perder 168€
b) Comprar un billete de avión a cualquier lugar desde Estados Unidos y perder entre 50€ y 100€.
La opción b (que es la que escogí) me parece la más obvia ahora que estoy escribiendo desde Montreal, sentada en un banquito de madera y con la música de Amélie de fondo. Ahora me río cuando recuerdo que por unos segundos, en el aeropuerto de Barcelona, estuve apunto de escoger la opción a.
Sí, quise irme a casa y perder esos 168€.
No me gusta Nueva York
No sé si hice lo que quería o lo que debía, pero acabé comprando un billete a San Salvador por 50€ a sabiendas de que acabaría siendo olvidado en la bandeja de mi correo electrónico. Y así es como llegué a Nueva York con una parte de mí queriendo estar en casa.
Siempre me pasa lo mismo. Cuando llegué a Indonesia para recorrer Asia sin fecha de regreso pensé que no duraría más de una semana en ese continente. Luego me fui en bicicleta por España, acampé sola bajo una tormenta la primera noche y desee muchísimo teletransportarme a casa con mi familia. Lo deseé varias noches, hasta que me acostumbré a montar y desmontar la tienda.
Esta vez había llegado a Nueva York pensando que era justamente lo contrario a lo que quería: un hogar. Y también volví a pensar que volvería a casa antes de cruzar al hemisferio sur, que viajar hasta Ushuaia ya no me apetecía, que podría ser que incluso viajar ya no me gustara. Ya se sabe que la gente cambia.
No le hice mucho caso a todas estas cosas que pensaba. Concluí que mi cuerpo estaba viajando vacío; que él estaba en Nueva York, saltando de manzana en manzana, mientras que mi mente seguía al otro lado del charco, sentada en el sofá y viendo una película con mi madre.
Pero la mente nunca está ausente. Siempre está ahí, aunque sea para fastidiar.
Mente de no-viaje vs Mente de viaje
El imprevisto en el aeropuerto de Barcelona fue solo un aviso. Luego le siguió la cancelación del voluntariado en el hostal de Montreal, los cambios de planes de mi segundo anfitrión en Nueva York, la reaceptación como voluntaria en el hostal de Montreal y los cambios de tarifas del bus hacia Boston. Todos estos cambios (y algunos más) sucedieron en tan solo cuatro días.
¿Cómo puede la mente, que necesita constantemente pensar en el futuro, adaptarse a la vida de viaje, es decir a un futuro constantemente cambiante?
La vida en casa es más cómoda. Una sabe a qué hora se va a despertar, puede planear lo que va a comer, puede planificar una reunión con cuatro o cinco días de antelación e incluso es posible saber con casi total certeza dónde pasará la noche. Hace falta prepararse para los no-planes y el proceso de adaptación cada uno lo lleva como puede.
Me da envidia esa gente que prepara la mochila, le hace una foto, la sube a Instagram y escribe un comentario diciendo lo feliz que le hace no saber lo que pasará a partir de mañana. Yo no soy así. A mí eso no me hace feliz, a mí eso me pone nerviosa. Mucho. De hecho hice la mochila, le saqué una foto, la subí a Instagram y, aunque no lo escribí, pensé que no me quería ir.
Para mí la adaptación a un estado mental de viaje no ocurre en el momento en que preparo mi equipaje. Yo necesito, por ejemplo, tomarme Canadá con calma. Parar dos semanas en Montreal, trabajar media jornada en un hostal, hacer la compra, conocer el barrio, ver las mismas caras durante por lo menos dos semanas seguidas… Y luego saltar a Québec, volver a hacer la compra, acostumbrarme a un nuevo barrio, crearme otra rutina durante unas semanas, comprar un mapa, ojearlo cada día e ir insinuándole poco a poco a mi mente que, como no espabile y se ponga en modo viaje, lo vamos a pasar muy mal cruzando Canadá en autoestop.
Y así, poco a poco, voy tomándole el gusto a solucionar problemas, a encarar imprevistos y a no planificar (si es que eso es posible). Cada uno necesita su tiempo y su espacio para convertir el viaje en su estado mental. No hay una fórmula mejor que la propia y si eso significa poner pausa al viaje nada más comenzarlo, pues que así sea.
[su_divider top=»no» divider_color=»#dfc566″]
[su_list icon=»icon: angle-right» icon_color=»#000000″]
- Lee todas las crónicas de mi viaje por América aquí.
- Pincha aquí para no perderte las siguientes entradas.
[/su_list]
Nos pasó todo lo contrario con Nueva York. Llegamos no muy convencidos, sin muchas ganas, y luego de haber estado un mes en la ciudad salimos fascinados.
Abrazos desde Bangladesh y buen viaje
Supongo que el secreto está en las expectativas que llevas encima. De tanto oír hablar de ella creo que me había creado una imagen equivocada de la ciudad.
Disfrutad de Bangladesh. Abrazos!
¡Magnífica reflexión! Hace unos días leí algunos de tus post y hoy me topo con este… Entiendo perfectamente ese proceso de adaptación. Hay días en los que mi cuerpo me pide y deseo tener una pequeña rutina para situarme en mis cosas y en lo que tengo en mente, adaptarme dónde estoy más tranquila. En cambio, cuando me pongo a pensar dónde estoy y lo que estoy haciendo: viajar sin saber dónde estaré mañana, ni como llegaré a mi siguiente punto, que no tengo billete de regreso ni como pagarlo en este momento.. Ahí, gracias a retroceder por pocos minutos a mi pasado cercano, solo ahí, me doy cuenta de que soy feliz así. De que mi ansiada rutina es sólo un pequeño descanso y que me gusta (no) adaptarme al lugar porque lo que quiero es coger de nuevo la mochila. Que me encanta que lo no planeado salga bien y me deje fluir por mi intuición y los que conozco en el camino ¿Será inconformismo? No sé… 😉
¡Hola Virginia!
Me identifico con todo lo que dices. A veces se hecha de menos una rutina y, cuando la tienes, te entra la chispa que te hace saltar de la silla y salir a buscar la improvisación de la ruta otra vez. Llevo casi dos semanas en Montreal ya, y aunque me ha ido muy bien parar y descansar, lo cierto es que tengo ganas de comenzar a tirar hacia el oeste, acampar y dejarme llevar. No sé si será inconformismo o locura viajera…
¡Un abrazo y buena ruta!
Hace unos días, leí partes de tu blog y hoy me encuentro con esto. Entiendo esa sensación perfectamente, hay días que necesito esa rutina para sentirme segura. Y en cambio, otras veces miro lo que estoy haciendo y hasta dónde llegue: viajar sin saber dónde dormir mañana, con pequeños proyectos de un futuro cercano, no tener billete de regreso y ni como pagarlo ahora… y ansío la mochila para esa adrenalina en el cuerpo… ¿Será inconformismo? No sé, creo que a lo que no me adapto es a una larga estancia en un lugar y a no tener los míos cerca. Te felicito por esta magnífica reflexión ¡Saludos viajeros!
Interesante reflexión pero… No todo el mundo tiene su mente puesta en el futuro, hay mucha gente que «vive en el pasado» aunque quizá esos jamás nos lo encontraremos de viaje porque estarán en casa, recordando otros tiempos.
O dando de comer a las palomas en la plaza. Tampoco no hay nada de malo en ello, mientras el pasado que tengas detrás esté lleno de grandes experiencias y no te puedas arrepentir de haber dejado de hacer todo lo que querías 😉
Irene, sabés que a mi me paso exactamente lo mismo al empezar mi viaje? Estaba por salir de Argentina a Perú y me dijeron que sin pasaje de salida de Perú, no podía embarcar! Están los nervios, las puteadas y la bronca al decir «maldita burocracia!», pero a la larga uno pasa por todos esos estados en sólo cuestión de segundos y tu sistema de alarma dice «ahora, ya, tenés que resolver esto»! Es increible, pero creo que en mí, el estado mental de viaje comienza una vez que decidí que voy a viajar (puede que ni siquiera haya comprado el billete) y se mantiene constante, alcanzando el «climax» a la hora de subir al avión! Y en el tema de los cambios, creo que difiero bastante de vos, siendo que a mi me estresan las rutinas y necesito estar en constante cambio para poder disfrutar del viaje (y la vida?) haha!
En fin, me encanta tu blog e ir siguiendo tus aventuras por América! *deja salir la fangirl de adentro*
Un abrazo enorme desde Buenos Aires 🙂
Wan
Hola Wan!
Yo alucino lo poco y mal que informan las aerolíneas. Digo yo que si un pasaje de salida es tan importante, podrían decirlo en la confirmación que te envían por correo, ¿no?
Yo soy un personaje extraño, porque la turina me aburre, pero la falta de ella me crea ansiedad. Pero sin dudarlo me quedo con lo segundo. Al fial una aprende a gestionar esa ansiedad, a disminuirla o incluso a sentirse agusto en ella (un poquito).
Gracias por tus palabras. Un abrazo grande desde Montreal 😉
Eres de las mías, siento las mismas cosas que tu. En el sentido de adaptarse a una situación rápidamente o necesitar estar probando la nueva situación de manera progresiva, para ir conociendo más y sentirnos más confiadas. Lo que tu planteas lo que te ocurre cuando estas viajando o a punto de hacerlo, yo lo aplico a la vida misma.
Saludos valerosa viajera !
Hola Carolina!
Al final un viaje no es tan diferente a la vida misma y lo que se aprende en él se puede aplicar a ella (y viceversa). Cada uno vive (y viaja) como puede 😉
Un abrazo!
Muy buena reflexión. Me ocurre lo mismo. Cuesta habituarse a un viaje largo y no tener la seguridad de saber dónde vas a pasar la noche. Habituados a tener un lugar donde estar cuesta vivir de la improvisación. Pero seguro que vale la pena. Y aunque no todo es color de rosa nos ayuda a crecer. No son problemas. Son aprendizajes.
Hola Rebeca!
Como bien dices, son aprendizajes; y como todo aprendizaje tiene un proceso. Con un poco de paciencia t de respeto a los propios ritmos llega un momento en el que mente y cuerpo se coordinan a la perfección y elviaje se disfruta como nunca 😉
Abrazo!