Me convertí en un oso. Mi piel no se ha recubierto de pelo, ni me ha crecido un hocico y tampoco he engordado trescientos kilos; pero me cuesta horrores sacar mi cuerpo de la cueva para salir a la calle envuelta en varias capas de ropa. Además, hacer fotos es todo un reto. Cuando me quito los guantes, el frío me pincha la piel, los dedos se hinchan, se enrojecen y llega un momento en el que ya no les importa nada. Se vuelven inútiles y les cuesta moverse. Finalmente guardo la cámara, me pongo los guantes y escondo mis manos en los bolsillos para que entren en calor lo más rápido posible. En ese momento solo pienso en volver a mi cueva y ver cómo pasa el invierno desde la ventana, mientras mis manos abrazan una gran taza de te caliente.
Es extraño comenzar un viaje en periodo de hibernación. Por experiencias anteriores, durante los primeros días de un viaje parece que no hay suficientes horas para descubrir nuevos lugares. Con el tiempo se aprende que hay que relajar el ritmo a la fuerza para que el combustible no se acabe antes que las ganas de viajar. Pero este primer mes de viaje lo he pasado saltando de cueva en cueva y he dejado que el viaje vaya desarrollándose de forma rutinaria, desde Nueva York (la ciudad que nunca duerme pero que a mí me vio dormir durante doce maravillosas horas) hasta la ciudad de Quebec, pasando por Boston y Montreal.
A Montreal la llaman la ciudad divertida. Es el lugar de los festivales y de los parques pintados de verde, o eso dicen. Yo la conocí adormilada, fría y blanca. Salía a la calle el tiempo justo y necesario para hacer algo: Observar los murales, comer poutine (un mejunje de patatas fritas con salsa y queso derretido), desafiar las colinas resbaladizas de Mont-Royal… Si no hay nada que hacer, pasear por el mero placer de perderse por las calles de la ciudad no es una buena idea y aún menos cuando hay tormenta de nieve.
En uno de esos ataques de remordimiento por dejar pasar los días de viaje recluida en mi cueva, se me ocurrió salir para experimentar algo que no había visto desde mis años de colegio: Ver caer la nieve. Pero en Canadá la nieve cae con rabia. Te golpea la cara, se mete en los ojos, en la boca y en el cuello. Aguanté esa experiencia unos minutos, para que no se diga que no he visto nevar en Canadá, y enseguida volví a pensar en esa enorme taza de té.
También vi nevar en la sofisticada ciudad de Quebec. Me juraron que era la última nevada del invierno y sentí un respingo de felicidad. Hoy la temperatura es de ocho grados positivos y siento ganas de saltar a la calle llena de sol. La primavera llegó y ya va siendo de dejar atrás mi estado úrsido para disfrutar de la antigua Nueva Francia.
Una hora entre las callejuelas adoquinadas de la ciudad ha sido suficiente para descubrir que los castillos, casas, plazas y terrazas no me emocionan. Son bonitos y disfruto observándolos, pero no me dicen nada nuevo. Me planto delante de ellos, los miro y me siento como si estuviera saludando a un viejo conocido del que ya me sé todas sus historias. Quizás la primera bocanada de aire frío que tomé en Montreal llegó más allá de mis pulmones y desde entonces no hago otra cosa que moverme de un lugar a otro medio aletargada. O puede que ya no viaje por las mismas razones por las que lo hacía antes.
Durante este primer mes de viaje han sido varias las personas que me han preguntado por qué viajo. Me sorprende la fijación que tienen en este lado del mundo por esta pregunta. En un año y medio de viaje por Asia nadie me preguntó por qué viajaba. Viajaba y punto. Los porqués eran cosa mía.
Aquí parece que los motivos importan. Eso no me molesta, pero me preocupa no tener una respuesta.
Si tengo que resaltar los momentos estelares de este mes de viaje por Norteamérica, se me ocurre esta lista:
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- Pisar la nieve derritiéndose en las calles. Apoyar todo mi peso sobre un bloque de nieve y oír el «crac» que se produce justo cuando se hunde mi pie.
- Conocer a Pluto y hablar con ella de su forma de viajar; de cómo rompió con su familia en Louisiana y decidió recorrer Estados Unidos de ciudad en ciudad, de casa de acogida en casa de acogida y de hospitalidad en hospitalidad. De lo dura que fue su experiencia con el invierno en Filadelfia y de lo sola que se siente cuando llega a un nuevo lugar.
- Visitar el parque Jacques Cartier con Angelique y hundirme en las tres mil capas de nieve que recubren sus caminos.
- Acompañar a Billy a la lavandería más barata de la ciudad de Quebec, que resultó ser el centro de acogida de la iglesia de Saint Roch. Fue allí donde un chico que no aparentaba más de 20 años me contó su sueño de vivir en Florida. Odia el frío de Quebec y el clima de la costa sureste se le antoja un paraíso. Intentó cumplir su sueño, pero solo tenía 500$ y el dinero se le acabó en dos meses, así que le recomendaron que volviera a casa y planeara su viaje con un poco más de cabeza.
- Encontrarme con Denis en un paso de peatones de Montreal y acceptar su invitación a tomar café para hablar de la vida, la muerte, los viajes, los encuentros y los desencuentros.
- El cruce de neuronas que me provocó la confesión de mi anfitrión en Boston de unirse el próximo año al frente kurdo.[/su_list]
No sé por qué viajo, pero sé por qué me gusta viajar: Me obliga a reformular constantemente las categorías que me voy creando sobre el mundo. En un día normal de mi vida en Sabadell jamás habría conversado con alguien que viajara como Pluto, nadie habría confrontado de manera tan directa mis ideas sobre la guerra, tampoco habría aceptado una invitación esporádica de un extraño para compartir un café y mucho menos habría pasado unas horas en un centro de acogida de la iglesia de mi barrio.
La rutina de transportarme de un lugar a otro en autobús, desplegar el mapa, marcar los lugares que hay que visitar y salir a la calle para descubrir tesoros me divertía en Asia, pero en este rincón tranquilo de occidente me aburre. Por eso ayer entré a curiosear las bicicletas de la tienda de enfrente echando de menos las experiencias de mi viaje por la península, pero salí corriendo al ver los precios.
Por eso también rechacé la oferta de un huésped del hostal que, al contarle mis planes de cruzar el país en autoestop, me invitó a viajar en el camión de su amigo que hará el recorrido de Quebec a Vancouver de un tirón, en cinco días y parando solamente para dormir. La oferta me pareció cómoda, así que dudé un poco antes de rechazarla, pero mi periodo de hibernación ya ha pasado. El hielo se derrite en las calles, las temperaturas suben, el sol me calienta las mejillas y yo necesito viajar de otra manera. Ha llegado la hora de salir de la cueva para conocer más Plutos y más Denis y todas esas historias que solo se encuentran viajando y te convierten en alguien diferente a quien eras ayer.
José'nin dice
Es difícil viajar en invierno, pero al mismo tiempo también precioso. Suerte con tu viaje!
Irene Garcia dice
Y yo que soy extremadamente friolera, ¿por qué me he metido en este fregao?
¡Gracias!
Joan Francesc dice
Per no saber que respondre has fet un post molt interesant, ara ja sabras que dir quan et facin la pregunta. Bon viatge a dit i ves molt en compte, si cal fes com aquell dia a Sabadell.
Irene Garcia dice
Els passaré un enllaç a aquesta entrada 😉
Una abraçada!
Orioln dice
Has provat de fer de viatjera a Sabadell mateix? Parlar amb desconeguts? Fer autostop?
Es fa molt més difícil, quan realment és el mateix… No?
Irene Garcia dice
Hola Oriol!
M’has fet recordar que un dia d’escola, al tornar cap a casa (deuria tenir 10 anys), vaig decidir jugar a fer autoestop. Un cotxe va parar i al veure que el joc es tornava seriós, em va fer por i no hi vaig pujar.
A part d’aquesta anècdota, mai he fet de viatgera a Sabadell i, per tant, no sé si és més difícil ni si és el mateix. Però quan em refereixo que a Sabadell no viuria les experiencies que visc de viatge, és perquè, en aquest cas, la paraula Sabadell significa «no viatge», «vida sedentaria», etc. És a dir: anar de casa a la feina i de la feina a casa, quedar sempre amb la mateixa gent, etc. El que fa la diferència, en el fons, és l’estat mental, no el lloc.
Oriol dice
Genial entrada, m’alegra veure com, malgrat el fred, ho estàs disfrutant molt. Segueix així 😉
Irene Garcia dice
Bueno, espero disfrutar-ho més en breus. Tinc ganes de conèixer l’oest de Canadà.
Una abraçada gran i espero que tot vagi bé per allà!