En esta lista de lugares que ver en Fujian haremos un pequeño paseo por una de las regiones de China menos conocidas.
· En realidad es poco conocida por el turismo occidental. A los chinos les gusta viajar allí para disfrutar del buen tiempo y redescubrir las tradiciones de su propia cultura.
Aunque la mano dura de Mao también llegó a Fujian, las tradiciones han sobrevivido milagrosamente al comunismo chino y por ello es fácil encontrar allí arquitectura tradicional, grandes templos budistas y pequeños espectáculos de ópera. Además, Fujian es un buen lugar desde el que entender (desde un punto de vista Chino, claro) las relaciones entre el gigante asiático y Taiwán, pues fue desde esta región que los chinos llegaron a esa isla.
Si estás planeando tu viaje a China y Fujian está en tu itinerario, espero que esta guía te ayude a hacerte una idea de lo que vas a encontrar por allí.
· Cómo llegar a Fujian
Otra opción es viajar a Fujian por tierra. Hay trenes desde las principales ciudades de China. Yo viajé en tren desde Lijiang (Yunnan) en un trayecto que duró tres días y estuvo lleno de experiencias.
· Mejor época para viajar a Fujian
Fujian es una de las regiones de China con uno de los climas más benévolos. Los inviernos son fríos pero no en extremo. Por eso esta provincia es un destino popular entre el turismo Chino durante las vacaciones de invierno.
Yo llegué a Fujian después de pasar mucho frío en Ljiang y me pareció que había llegado de pronto la primavera.
· Cómo viajar por Fujian
Para moverse por Xiamen y Quanzhou lo más barato es el autobús, aunque en casos puntuales (cuando no sabes las direcciones en lengua local, por ejemplo), lo más fácil es ir en taxi.
En Quanzhou te cobrarán unos cuantos yenes más de los que marca el taxímetro, pero eso no quiere decir que te estén estafando. Los taxistas de Quanzhou añaden una tasa oficial que varía de año a año.
· ¿Es seguro viajar a Fujian?
China, en general, es un país seguro para viajar sola. Durante los 20 días que estuve recorriendo la provincia de Fujian, me sentí muy bien acogida por toda la gente. En ningún momento viví sensación de seguridad y nunca recibí advertencias de la gente sobre peligros que me pudieran suceder viajando por la provincia.
En cuanto a la salud, hay que tener en cuenta que China no tiene un sistema de salud público para los extranjeros. Si te pasa algo, tendrás que ir a un hospital privado. Además, la barrera lingüística puede convertirse en un grave problema. Por ello, me parece imprescindible contratar un seguro para viajar a Fujian.
En Fujian se encuentran algunas de las principales ciudades chinas, como Nanning, Fuzhou (la capital), Ningbo y Hangzhou. Pero aquí me voy a centrar en las dos ciudades de Fujian que visité: Xiamen y Quanzhou.
· Qué ver en Xiamen
Xiamen es conocida por su universidad, una de las más reputadas de China, y para entrar hay que enseñar el pasaporte. Su campus, que parece una ciudad en sí misma, tiene templos, jardines, viviendas estudiantiles y un túnel con las paredes llenas de dibujos que se renuevan año tras año.
La zona más pintoresca de Xiamen es el barrio de pescadores. Sus callejuelas empedradas y casitas de pescadores no tienen nada que ver con los edificios y carretras del resto de la ciudad. Es como una parte de la historia de Xiamen que se resiste a desaparecer bajo la sombra del progreso y, de momento, lo está consiguiendo.
Del mismo estilo arquitectónico es la isla de Gulangyu; uno de los lugares más bonitos que ver en Fujian.
Se llega en un ferry que zarpa periódicamente desde el viejo puerto de Xiamen, y en ella también se encuentran callejuelas y arquitectura tradicional, además de una pequeña playa que se ha convertido en un refugio para las parejas.
Dónde dormir en Xiamen
En Xiamen es fácil encontrar hostales alrededor de la zona del puerto, cerca de la estación de tren o incluso en el barrio de pescadores.
· Quanzhou: Uno de los mejores lugares que ver en Fujian
Se puede llegar a Quanzhou desde Xiamen en un trayecto en tren que cuesta entre 30 o 80 yuanes.
Esta ciudad es una de las pocas que se ha preocupado por conservar las tradiciones chinas que Mao y su govierno se empeñaron en destruir.
Para los turistas chinos, Quanzhou es uno de los lugares imprescindibles que ver en Fujian, pues allí pueden ver la cultura tradicional que solo conocen a través de los libros de texto. Algunos incluso deciden quedarse a vivir y unirse a las pequeñas asociaciones locales que trabajan para impulsar esa cultura tradicional, como los dueños del hostal en west street en el que me alojé.
Los lugares que hay que ver en Quanzhou, son Kaiyuan, uno de los templos budistas más grandes de China. En él trabajan un centenar de monjes y es visitado diariamente por decenas de devotos. Para entrar hay que pagar 5 yuanes. Merece la pena perderse por el parque y observar los rituales.
Otro de los templos más improtantes del país es Qingjing. Si has visitado países musulmanes como Marruecos o Iran, este templo te parecerá muy sobrio. Fue construido en la época de la dinastía Song para que los mercaderes árabes tuvieran un lugar de culto durante su estancia en la ciudad, pero unos siglos más tarde fue destruioa por un terremoto. Ahora se pueden visitar los restos que han sido en parte restaurados para el turismo y el culto.
La calle West Street es un caos de peatones y motociclistas, pero está impregnada de un ambiente pueblerino que engancha. Es un buen lugar para probar la comida callejera y ver algunas de las representaciones gratuitas de ópera local (no la de Pequín) que incluyen numerosos vasitos de té y escenas locales de señores jugando a las cartas o dados.
Uno de los lugares interesantes que ver en Fujian es también el museo de Taiwán, ya que esa provincia considera a Taiwán su hijo legítimo. Es curioso conocer el punto de vista chino sobre las relaciones con su vecino, pero también es una buena fuente de información, aunque parcial y subjetiva, sobre la historia y la cultura de Taiwán.
Dónde dormir en Quanzhou
Quanzhou es una ciudad tradicional que no recibe mucho turismo extranjero, así que es un poco difícil encontrar hoteles que acepten extranjeros. A mí me falló el hostal que reservé y luego tardé unas cuantas horas en encontrar otra opción. Por ello, te recomiendo que apuntes las direcciones del hostal en carácteres chinos y que tengas unos cuantos apuntados por si ese falla. Así evitarás rondar cinco horas por la ciudad sin rumbo fijo intentando encontrar un lugar en el que dormir.
Yo me alojé en un hostal situado en la calle west street (西街), pero hay otras opciones como las que aparecen en el mapa.
La zona rural de Fujian, quizás te parece que tiene poco interés turístico, pero si tienes la suerte de encontrar un huésped en cualquiera de los pueblitos de las montañas de Fujian, te aseguro que la experiencia será inolvidable.
Están poco acostumbrados al turismo, así que deberás prepararte para recibir muchas miradas y atenciones, pero lo mejor es que verás de cerca casas tradicionales anteriores a Mao aún habitadas (incluso puede que tengas la suerte de vivir en una de ellas por unos días).
Tuve la gran suerte de ser invitada a casa de una familia que vivía en un pueblo pequeñito cerca de Fuzhou y ha sido una de las mejores experiencias de mi viaje por China. Si tienes esa oportunidad, no la desaproveches.
· Huian
Y si no tienes tiempo o no surge la oportunidad de conocer la vida rural de Fujian, siempre puedes escaparte a Huian, que, para mí, es el mejor lugar que ver en Fujian, junto a Quanzhou.
En este pequeño pueblo costero situado a una hora en bus desde Quanzhou, se encuentran pequeñas casitas y templos tradicionales anteriores a la época de Mao rodeados por una pequeña muralla.
Es una buena excursión para escaparse durante un día del bullicio de Quanzhou y para conocer también a sus mujeres, famosas en China por su fama de guerreras. De hecho, tradicionalemente las mujeres de Huian iban ataviadas con flores en el cabello y una escopeta a su espalda. Sus maridos marineros pasaban mucho tiempo fuera de casa y ellas eran las encargadas de proteger no solo el hogar sinó el pueblo entero.
Las vergüenzas de China
Quanzhou ha sido el escenario de una despedida agridulce. Aunque es un poco arriesgado declarar esto sobre un país de más de 1.3 millones de habitantes y con una extensión territorial de 9.6 millones de km² dividida en 28 regiones que, a veces, no comparten ni siquiera el mismo idioma, tengo la sensación que en los pocos días que he pasado en esta ciudad he tenido un ejemplo bastante exhaustivo de la idiosincracia de este país.
Después de pasar las primeras semanas en la fría y bonita Yunnan, de festejar la Navidad en Xiamen y de vivir unos días en família en un pueblo de Fujian, Quanzhou ha sido la conclusión de un viaje por uno de los países más complejos de Asia. No he visto Pequín, ni Shanghai ni a los guerreros de Xi’An, pero me voy con la sensación de que en Fujian he conseguido entrever a este país entre bastidores.
Es fácil viajar por China sin enterarse de nada, y la culpa de ello es la barrera lingüística. Las paredes están llenas de eslóganes propagandísticos, pero sin estudiar unos cuantos años de chino una no entiende nada. A no ser que se pregunte por su traducción. Entonces una comprende que «sin el partido comunista China no habría progresado» y que, «para construir un país rico y fuerte, hay que controlar a la población».
Tropezarse con una reunión de líderes regionales también ayuda a entender China un poco mejor. Una reunión de políticos chinos no es muy diferente a una de políticos españoles: calle cortada y ciudadanos aglomerados en la entrada viendo desfilar a gente trajeada. La única diferencia es que no se oye a nadie protestar. O no. A los pocos minutos aparece una mujer con muletas, vistiendo un delantal que acusa a la policía de haberle roto la pierna. Pero tan pronto como llega, unos hombres que parecían ser simples espectadores o peatones la rodean.
Esta no es la señora de la que hablo, pero no son demasiado diferentes: Amas de casa que secan las verduras al sol, se ocupan de la comida y, quizás, incluso del negocio familiar.
Ver cómo diez hombres arrastran a una señora por la calle y la encierran en una furgoneta anónima no es un espectáculo agradable. Aún menos si una mujer ordena a tu amigo borrar la foto que acaba de hacer a la matrícula del vehículo. Cuando los diez hombres empiezan a rodearnos entendemos que es mejor dejar de discutir y nos escurrimos entre los mirones.
Esta imagen es un juego de palabras: Es la caligrafía mal escrita de la palabra «corazón», lo que viene a darle el significado opuesto a esta palabra.
Sabemos que si fuéramos chinos estaríamos ahora mismo acompañando a la pobre mujer en esa furgoneta, pero nuestra condición de extranjeros nos permite observar el espectáculo sin quemarnos los dedos; y juzgar demasiado a la ligera a todos esos espectadores que observan el drama detrás de la cortina. No sé a dónde se llevaron a la señora, pero paseando por las calles del barrio antiguo mi compañero me hablaba de palizas y acosos a ciudadanos. Entonces entendí a los mirones discretos y me pareció que la señora era una valiente.
Quanzhou no es solo policías de paisano. También son templos, casitas tradicionales, tortitas de arroz, tofu apestoso, espectáculos de música local y el hogar del filósofo Li Zhi. Pero el gusto amargo suele permanecer más tiempo en el paladar y, aunque me voy de China atrapada por su cultura, lengua, tradiciones y gente, no puedo dejar de preguntarme cuántas señoras, a lo largo y ancho de estos 9.6 millones de km², han sido metidas en una furgoneta por atreverse a denunciar las vergüenzas de su país.
No sé qué pensaría el filósofo Li Zhi de todo esto, pero los locales contemplaron la escena con su mismo rostro impasible.
Cómo adivinar tu fortuna en cinco sencillos pasos
Hoy he salido a la calle en busca de templos. Quería encontrar unos templitos que tenía marcados en el mapa pero me he perdido. ¿Que por qué no consultaba el mapa? Me daba pereza. Prefería continuar perdida. Es lo que tiene vivir en una ciudad como Hualien, en la que no hay ruido, ni movimiento y todo parece transcurrir de puertas para adentro (qué diferente al Sudeste Asiático es este trocito de tierra). Al final acaba por darte pereza todo. Tengo que forzarme a dar un paseo en bici, a seguir ese caminito que en dos horas me llevará a algún lugar (sorpresa: ¡un acantilado!). Y hoy he tenido que encontrar una razón para salir a la calle: templos. Me he perdido, pero no importaba porqué ya estaba fuera, integrada en la inercia de caminar por caminar, hasta llegar a lo alto de una montañita, mirando la mar.
A la playa de Hualien llegan las aguas del océano pacífico, que cambian de color según el tiempo. Hoy el día es frío, el cielo gris y sopla el viento. El agua del mar es azul intenso. Pero, como he dicho, he salido a la calle en busca de templos y eso es lo que he acabado encontrando: un templo vacío de gente pero lleno de dioses, en una calle igual de vacía ocupada también por un mercado vacío. Y es que cuando hay viento en Hualien mejor no salgas a la calle o corres el peligro (o la fortuna) de salir volando.
Pero yo no estoy aquí para hablar de Hualien. No hoy. Yo quería darte unos consejos para viajar por Vietnam, pero me da pereza. En realidad quiero hablar de templos. De esos edificios rojos decorados hasta el último rincón que son los templos chinos. Esa amalgama de dioses, ancestros y religiones que los mismos chinos demuestran no diferenciar cuando les preguntas ¿pero este templo es budista o taoísta?, y te responden «un poco de todo».
La mayoría de chinos te dirán que no tienen religión, pero la verdad es que los templos siempre están llenos. Como todas las culturas, también tienen que explicarse el mundo y lo hacen con una serie de dioses legendarios. Por otra parte, los ancestros les dan sentido como individuos, explicándoles de dónde vienen y quiénes son. Aún recuerdo la mezcla de sorpresa y pena que manifestó un amigo cuando le dije que no podía explicar mi historia familiar más allá de tres generaciones, y con dificultades. La verdad es que me dan envidia, a mí también me gustaría saber quiénes fueron mis ancestros más allá de diez, veinte o treinta generaciones, y contestar: «tengo sangre persa y judía» cuando me preguntan si soy israelí.
Imagen de uno de los ancestros de los habitantes de Quanzhou.
Sí, China no tiene religión, tiene religiones. Veneran a Confucio, a los ancestros, a buda, a los antiguos emperadores y generales de los tres reinos, al Dios de la tierra, del viento, del mar… Toda divinidad es bienvenida mientras explique el mundo y lo haga funcionar. Los templos suelen diferenciarse por las imágenes que se encuentran. Imágenes de buda para los budistas, de innumerables dioses para los taoístas, de los ancestros para los templitos de los pueblos y barrios, de los generales, de Confucio, etc. Pero todos tienen un denominador común: el incienso, las velas, el fuego y la adivinación.
Para rezar y pedir protección a los dioses, generales, buda o a quien sea, se sigue un mismo patrón que consiste en unos sencillos pasos. Primero hay que encender una vela roja. Después prender dos o tres barritas de incienso y sotenerlas entre las dos manos a la altura de la cabeza mientras se reverencia a la imagen, pidiéndole que proteja a tu familia, que mejore tu salud o, simplemente, que te haga rico. Una vez terminado el ruego se hunde el incienso en las cenizas y se deja que prenda hasta fundirse.
Más tarde llegan los petardos y algunos incluso queman papelitos amarillos impresos con tinta roja: representan el dinero. Es una donación a los dioses y ancestros, por si lo necesitan en el otro mundo. Otros también les ofrecen comida y algunos van más lejos y se preocupan por ofrecerles teléfonos (de papel, claro).
Explotando petardos para que le oigan los dioses. Poca broma con la cantidad de dinamita invertida en los templos de China. Quemando dinero, muuuuucho dinero.
Si se quiere tener alguna pista sobre cómo será el futuro, se pueden utilizar las fichas que se encuentran en un pequeño pote cerca del altar. Primero hay que pedir permiso para utilizarlas lanzando al suelo dos piezas simétricas. Si ambas caen sobre la misma cara hay que repetir el lanzamiento hasta que caigan sobre caras opuestas. Entonces se pueden utilizar las fichas del pote, y frente a la imagen divina, haciendo unas pequeñas reverencias mientras se piensa en la pregunta que se quiere resolver, se sacude el pote hasta que una ficha cae (si caen dos, o tres, o cuatro… hay que repetir el proceso). La ficha que ha caído tiene unos carácteres escritos que ayudan a encontrar la frase que corresponde en el mural adivinatorio. Si se necesita ayuda para interpretarlo se puede consultar al señor que se ocupa del templo. Incluso, si el resultado de la adivinación no es satisfactorio, se puede repetir el proceso hasta quedar satisfecho.
La ficha tiene unos carácteres inscritos…
Francamente, el proceso adivinatorio me fascinó. Hasta que llegué a China no encontré una práctica similar. En Tailandia, Laos, Camboya y Myanmar me encontré con el incienso, velas y rezos, pero a nadie intentando averiguar su fortuna lanzando piezas al suelo. Parece que China es capaz de asimilar diferentes religiones y dioses demostrando una gran tolerancia y, a su vez, envolviéndolo con su propia personalidad. Cualquier religión es bienvenida si responde dos sencillas preguntas: quiénes son y quiénes serán.
Nota aclaratoria sobre China
Me he acomodado. Durante dos días no he tenido que pensar en cómo llegar a donde quiero llegar, cómo comunicarme ni qué visitar. Solo me levanto, me aseo, me visto y sigo a Nakui. Mis únicas tareas son comer y mirar. Me he acomodado tanto que estoy perezosa. Me da pereza planear mis siguientes pasos por China cuando la hospitalidad de Nakui se acabe y me da pereza incluso escribir en el blog.
Desde que llegué a Xiamen he estado pensando en escribir aquí, pero me han faltado ideas. Salí de la estación de Xiamen con la cabeza llena de gente, paisajes e historias, así que al principio quería describir mi viaje de tres días en tren: cómo el revisor se ocupó de encontrarme un espacio para dormir en el viaje de Lijiang a Kunming, las risas que compartí con un señor al que no entendía, cómo comparó sus diminutos pies con los mios y acarició sorprendido el vello de mi brazo; la chica que me preguntó si era rusa y las mandarinas, guisantes y manzanas que mis compañeros de «habitación» compartieron conmigo.
Pero no sabía cómo contar esto de forma que no pareciera una simple enumeración de hechos, así que fui postergando esta entrada, hasta que hoy me he dado cuenta de que la semana se está acabando. Creo que mi cerebro y mi cuerpo me piden un respiro. Después de tantos meses de ajetreo me estoy tomando unas vacaciones en Xiamen, lejos del frío de Yunnan, de las motocicletas de Vietnam, de los tuktuks de Tailandia, Laos y Camboya, de los autobuses de Indonesia… De hecho los seis meses anteriores parecen un bonito sueño.
Ahora estoy en medio de rascacielos iluminados, centros comerciales, tiendas, playas y carreteras. Hace tiempo que no me movía en autobús por una ciudad (en Lijiang solo lo usaba cuando estaba segurísima de mi destino, o por lo menos lo tenía escrito en un papel). Hoy he viajado en cuatro autobuses diferentes. Hacía tiempo también que no tenía que apuntar con el dedo lo que quería. Hoy solo me he sentado delante de la mesa y Nakui ha pedido una sopa de rana buenísima.
Es agradable pasar las Navidades en un país donde esta solo se celebra en los centros comerciales. Hace que el esfuerzo de Nakui para decorar el piso y la comida que entre ella y sus amigos cocinaron sea un verdadero acto de hospitalidad. Y así está siendo un día detrás de otro: un verdadero acto de hospitalidad, acompañado de infinita paciencia para mostrarme cada una de las callejuelas de la isla, para sufrir el viento conmigo durante el paseo por el barrio de pescadores, para pensar qué nueva comida hacerme probar, para responder cada una de mis preguntas sobre gramática china… Para, en definitiva, hacer que China cada día me guste más.
Un día, en Dali, después de unas cuantas visitas a la farmacia para hacerles entender lo que necesitaba, pensé que odiaba China. Unas horas después una chica me invitaba a zumo de mango y enseguida me arrepentí de haber odiado China durante unos minutos. Hoy me declaro totalmente seducida por este país, y me resulta difícil explicar por qué. No he visto paisajes impresionantes como en Vietnam (aunque me han dicho que los tiene), ni playas bonitas como en Tailandia o Indonesia. Incluso a veces Xiamen me recuerda a la aburrida Singapur. La gente tampoco sonríe como en Camboya o Tailandia, y el bajo o nulo nivel de inglés de los chinos hace que el mínimo acto de comunicación sea una auténtica lucha. Pero, sin sonrisas, la gente es igual de amable, y para comunicarme he tenido que aprender su lengua, lo que me ha llevado también a entender un poco mejor su forma de ver el mundo.
A cada párrafo de esta entrada he tenido que parar de escribir para escuchar los chistes que la amiga de Nakui está contándole por teléfono. Para cada uno de ellos he necesitado una larga nota aclaratoria, pero siempre he soltado una carcajada sincera al final. Mi viaje por China también está resultando incomprensible en muchas ocasiones, pero siempre tengo alguien al lado dispuesto a explicarme aquello que no entiendo. Quizás todas estas notas aclaratorias que me han facilitado toda la gente que me he encontrado por el camino es lo que está haciendo que disfrute China.
Reaprender a viajar
Una se acostumbra rápidamente a lo bueno y se olvida de las penurias de viajar sola por China. Ya lo dije que me había acomodado, y por si siete días en Xiamen sin tener que preocuparme por nada más que respirar parecen pocos, a estos les siguieron cinco días en Banxi; un pueblo a dos horas de Fuzhou en el que vive la familia de Nakui y en el que los habitantes no han visto un extranjero en su vida. Hasta que llegué yo.
Cuando salí del coche los niños se escondieron detrás de las faldas de sus madres. Mientras cenaba algunas vecinas entraron en casa para verme y hacerme algunas preguntas (Nakui aceptó divertida el rol de traductora):
– ¿A qué hora cenas en España?
– A las 10.
– ¡Increíble! ¡Qué tarde!
– ¿En España hablan inglés?
– No, español.
– ¿Tienes hermanos? ¿Cuántos años tienes? ¿Trabajas? ¿Qué comes en España?
La madre de Nakui (de ahora en adelante laomā) señaló mi nariz y se tocó la suya mientras me decía que era especial. «¿Te gusta la comida?». «Hào chī!» (¡delicioso!), le dije. Todos rieron y repitierron «hào chī!». ¡Las primeras palabras inteligibles de la extranjera!
Porqué soy alta la gente en el mercado generalizaba: «¡qué altos son los extranjeros!». Las tenderas salían a la calle para verme pasar y la vecina de seis años me llamaba serpiente. Nakui me contó la leyenda de dos serpientes con apariencia de mujeres bellísimas y la comparación que hizo la niña me pareció entonces evidente.
Pasaron los días y los niños se acostumbraron a mí, aunque laomā tuvo que aclararles que «la extranjera no es un extraterrestre» (en mandarín, la palabra «alien» y «extranjero» solo se diferencian por una sílaba/carácter). Como en Xiamen, solo debía preocuparme de respirar. La comida era cosa de laomā (a veces de laobā, el padre) y el entretenimiento lo ponía Nakui.
Me llevaron al templo de la cima de la montaña. Compraron fruta del dragón porqué saben que es mi favorita, y unos calcetines, porqué los viejos se agujerearon. Me llevaron al mercado para que les dijera qué quería comer, y para saber qué es lo que no había en España (casi todo). Probé la comida favorita del hermano de Nakui: la barbacoa. Fui al balneario con el presidente de la escuela en la que trabaja laobā, y compraron pan y leche porqué Nakui les dijo que eso era lo que comíamos en occidente.
No hay nada peor que vivir unos días en casa de una família para darte cuenta cuánto extrañas a la tuya. Y para volverte torpe otra vez. Seis meses de viaje de repente no sirvieron para nada, y aún menos en China. Cuando volví a la ruta, con dos abrigos encima, porqué según laomā haría frío -y tenía razón; todas las madres del mundo deberían ser las encargadas de predecir el tiempo-, ni siquiera tuve que preocuparme de comprar el billete, ni de qué desayunar. Laobā se acercó a la ventanilla y volvió con un papelito que decía que mi destino era Quanzhou. Minutos más tarde volvió con unos bollos, un churro y una bolsita de leche de soja. Por si tenía hambre, en mi mochila habían metido una fruta del dragón y dos paquetitos de leche. Me despedí de ellos recordando el día en que me despedí de mi família en el aeropuerto de Barcelona, y cuando el autobús arrancó volví a sentirme desamparada.
Llegué a Quanzhou con la dirección de un hostal escrita en un papel. Se lo enseñé al taxista y me dejó en medio de una intersección, sin entender del todo dónde estaba y sin encontrar el hostal. Recorrí la calle cuatro veces. Nada. Una señora preguntó a los vecinos: nadie sabía nada. Me indicaron una calle donde había un hotel y caminé hasta ella. Gracias a buda, a los dioses y a los ancestros, la señora vino a buscarme con su motocicleta y viéndome perdida me condujo hasta un hotel. Les pregunté temiendo que el precio de la habitación fuera demasiado alto, pero la respuesta fue peor: «no alojamos a extranjeros».
No estaba de humor para aguantar las risas de la recepcionista y la cara hermética del chico que negaba con la cabeza sin despegar los ojos de la pantalla me pareció una falta de educación. Me había olvidado de que en China la gente no sonríe como en el sudeste asiático, pero que eso no significa que no estén dispuestos a ayudar, a veces incluso sin tener que pedirlo. El chico estaba buscando un traductor en internet para comunicarse conmigo y decirme que podía ayudarme a buscar un lugar donde dormir. Sus opciones, sin embargo, no solucionaban el problema: solo conocía hoteles de tres a cinco estrellas. Yo solo podía permitirme un hostal.
Se me iluminó la bombilla y le di el teléfono de Nakui, que hizo otra vez (y espero que última) el papel de traductora. Ella se encargó de buscar la dirección de otro hostal en Quangzhou, de comprobar que existía y de comunicar la dirección al guardia de seguridad del hotel para que me llevara hasta allí. Y aquí estoy, en un agradable hostal en la calle principal de Quanzhou, disfrutando de los templos, de la comida y asustando a los niños, que se esconden tras las faldas de sus madres cuando ven pasar al extraterrestre.
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