Viajar a Taiwán es una experiencia extraña: Por un lado presumen de ser los guardianes de la cultura China (esa cultura que dicen que se perdió cuando Mao llegó al poder) y, por el otro, exhiben sin tapujos su pasado japonés.
· Recorrer Taiwán es un poco como estar entre dos culturas. De algún modo han conseguido combinar su pasado de toques aborígenes, japoneses, mandarines y europeos. Y de todo ello ha salido un pequeño país con grandes cosas que ofrecer.
A continuacion te doy consejos para viajar a Taiwán y puedas organizar tu viaje por libre.
MONEDA
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LENGUA
Mandarín y taiwanés
ENCHUFE
A / B
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· Viajar a Taiwán desde China
La manera más fácil y directa de llegar a Taiwán desde China es en avión. Hay vuelos a partir de 200€ a Taipei ida y vuelta, pero si estás por la zona de Fujian, hay otra forma más barata de llegar a Taiwán que pasa por una de sus islas menos conocidas:
- Desde Xiamen hay ferrys regulares que cubren la distancia a la isla de Kinmen en pocas horas. Los barcos salen de la estación Wutong (五通客运码头) regularmente y el billete cuesta alrededor de unos 150 RMB (20€). Kinmen ya es territorio taiwanés y .
- Desde el puerto de kinmen hay un autobús al centro de la ciudad. Kinmen es un lugar tranquilo con que aún conserva arquitectura colonial. Puedes recorrer la isla en un par de días tomándotelo con mucha calma.
- Desde la estación central de Kinmen, hay un bus que te lleva al aeropuerto (1€).
- Hay vuelos diarios a Taipei a partir de 80€.
· ¿Es seguro viajar sola a Taiwán?
La isla de Taiwán es muy tranquila. Los taiwaneses son simpáticos y curiosos. Se acercaran a ti para conocer tu país y hacerte muchas preguntas sobre tu cultura. Si tienes problemas de orientación o necesitas información para tu viaje, intentarán ayudarte en todo lo posible. Aunque muchos no dominan el inglés, son menos tímidos para chapurrearlo que sus vecinos de China, así que siempre encontrarás a alguien dispuesto a hacerse entender.
Yo viajé sola por diferentes lugares de la isla y nunca tuve ningún problema ni sensación de inseguridad. El único encuentro peligroso que tuve fue con los perros de Hualien, pero tomando algunas precauciones, no deberías tener ningún percance visitando esta ciudad. En todo el viaje lo que me encontré fue mucha hospitalidad, curiosidad y buena comida.
Si es tu primer viaje en solitario y necesitas un empujoncito extra para animarte, aquí puedes leer todo lo que necesitas saber para viajar sola.
Por otro lado, si sufres algún accidente o te enfermas en Taiwán, ten en cuenta que la barrera del idioma puede ser un problema. En ese caso te recomiendo que contrates un seguro de viajes en el que te podrán ayudar buscando el hospital o el médico que pueda atenderte mejor.
· Mejor época para viajar a Taiwán
Cualquier época del año es buena para irse de vacaciones a Taiwán. Su clima es cálido y, aunque es cierto que las temperaturas bajan un poco en invierno, la verdad es que no son extremas.
Puede que en los meses de invierno notes un poco más de lluvia y algunas zonas como Toroko o las montañas del centro estén rodeadas de niebla, pero eso no se convierte en un gran handicap para visitar esas zonas.
También es interesante visitar Taiwán durante alguno de sus festivales. Estos son los más importantes:
- Febrero: Año nuevo chino y festival de los faroles de Pingxi
- Entre marzo y mayo: Festival del pez volador
- Julio y agosto: Festival de la recolecta de la tribu Amis
· Qué llevar en la mochila para viajar a Taiwán
Cuando organices tu equipaje para viajar a Taiwán, no te olvides de poner en la mochila:
- Unas botas de montaña: Taiwán tiene zonas montañosas que merece muchísimo la pena explorar, pero no te olvides de un buen calzado porque, aunque los caminos están muy bien conservados, el terreno es húmedo y resbaladizo.
- Un repelente de insectos: No hay riesgo de malaria ni dengue, pero hay muchos mosquitos y pican fuerte.
Taiwán es un país chiquitito. En una semana o, si te lo tomas con calma, en quince días puedes conocer lo más relevante de Taiwán.
Estos son los lugares que conocí durante mi viaje por Taiwán:
· Hualien
Esta ciudad situada en la costa este de Taiwán es bastante fea a primer golpe de vista. Lo que la hace especial no son sus calles ni casas si no sus alrededores. A pocos kilómetros en bici hay playas con acantilados, campos de arroz y las montañas espectaculares de Taroko.
· Pingxi
Hay un pequeño tren que sigue el antiguo trazado de las vías que los japoneses trazaron en Taiwán. Este tren abandona el recorrido de la costa y se introduce unos kilómetros en el interior de la isla hasta llegar a Pingxi.
Este recorrido está muy explotado turísticamente y no me parece necesario hacerlo con la única intención de ver Pingxi y sus alrededores. Pero durante el año nuevo chino, en esa zona se celebra el festival de los faroles. Entonces ese tren se llena de gente y el cielo de pequeños farolillos con deseos escritos en el papel.
· Tainan
Era la capital de Taiwán y fue el primer puerto que tuvo el país. La ciudad no es especialmente bonita, pero si quieres aprender más sobre la historia de Taiwán, es imprescindible que visites Tainan. Aquí te cuento por qué.
· Taipei
La capital de Taiwán es una visita imprescindible si se quiere conocer el pasado del país y su complicada relación con China.
Algo que te recomiendo hacer si viajas a Taiwán desde China, es visitar el Museo de Taiwán de Quanzhou antes de cruzar el mar o subir a un avión hacia Taipei. Una vez allí visita el Memorial a Chiang Kai Shek y te sorprenderás del abismo que hay entre estas dos maneras de leer la historia.
Puedes recorrer la isla central de Taiwán en transporte público. Estos son los principales medios que encontrarás:
· Tren
Este es el medio de transporte de Taiwán por excelencia. Es el que más usan los locales para moverse por su propia isla e incluso muchos estudiantes se animan a recorrer la línea circular de Taiwán con un pase especial (una especie de Interrail, pero exclusivo para estudiantes).
El tren rodea casi por completo la isla y conecta todas las ciudades principales. Hay muchísimos tipos de trenes, así que no voy a detallarlos en esta entrada. Tampoco tiene mucho sentido, pues las variaciones no son dramáticas como en los trenes de India, y escoger un tipo de tren u otro solo se nota en algunos grados de comodidad, precio y rapidez.
Para comprar un billete de tren es imprescindible el pasaporte.
Te recomiendo reservar el billete de tren con antelación a través de internet, pues en algunas fechas (fin de año, festivales, vacaciones, etc.) los billetes más baratos se reservan muy rápido y luego solo quedan los asientos más caros.
· Bus
Es el transporte que menos recomiendo para distancias largas. Los billetes no son tan baratos, es lento y complicado de entender.
Nunca me moví en autobús por Taiwán para recorrer las distancias entre ciudades o pueblos. Solo lo utilicé en casos muy específicos en los que es el único medio de transporte posible, como por ejemplo para acceder a Taroko.
· Bici
Muchos taiwaneses recorren la isla en bici y dicen que el culpable de esta moda es esta película:
Hay muchos cicloviajeros por la carretera circular de Taiwán y la verdad es que este país tiene unas ciclovías muy bien preparadas para este tipo de viaje. Hay muchos carriles especiales para bicis, los hostales están preparados para guardar las bicicletas y hay mucho espacio libre para acampar en las playas.
Durante tres meses en Taiwán gasté 199.41€ (vuelos incluidos).
Este presupuesto es excepcional, ya que viajé a Taiwán en ferry desde China, trabajé a cambio de alojamiento y comida y me alojé en casa de gente local a través de Couchsurfing.
Un presupuesto diario sería más aproximado a lo siguiente:
- Comida: 7€ - 15€
- Alojamiento: 20€ - 50€
- Transporte: 5€ - 20€
- Aqluiler de bici: 5€ - 10€
Punto y seguido
Hualien y yo ya hace veinte días que nos conocemos, ya va siendo hora de que te lo presente. Aunque la verdad no sé qué decirte sobre esta ciudad más allá de que se encuentra en la costa este de Taiwan, atrapada entre el mar y la montaña; que en ella no viven más de 150.000 personas y que los viajeros llegan aquí para visitar Toroko, uno de los parques naturales más impresionantes de Taiwán. No hace falta que escupa en esta entrada este tipo de información que puedes encontrar facilmente navegando por internet. Además, si lo hiciera, seguramente te aburriría.
No sé qué decirte de Hualien. Aún no nos conocemos demasiado. Estos veinte días me he dedicado a trabajar en el hostal y a dar algún paseo en bici. Parece que toda mi energía se quedó en el Sudeste Asiático y China. He llegado a Taiwán con las baterías agotadas y esto ha hecho que me sienta un poco culpable. Pensaba que estaba desperdiciando mi tiempo, que no le prestaba la atención merecida a este país y que, si seguía así, pasarían los noventa días y no habría conocido nada de Taiwán más allá de la calle de en frente y el mar.
Así es Hualien cuando miras hacia la montaña. Así es Hualien cuando miras hacia el mar.
Mi parte del cerebro más indulgente me recordaba que cargaba con siete meses de viaje a mis espaldas. «Estos veinte días no han sido desperdiciados», me decía, «han sido unas vacaciones». Quizás tiene razón. En todo caso, si hay algún culpable de que mis baterías se carguen tan lentamente este es Hualien. Esta ciudad invita a tomarse la vida a otro ritmo. A veces es difícil ver gente en la calle más allá del centro de la ciudad o de la playa. La vida aquí es simple: despertarse, trabajar y dormir. Las relaciones sociales son simples: comer con los amigos en el mercado nocturno o quedarse en casa cenando con la família. Los fines de semana son simples: salir a correr o a pedalear cerca del mar, o escaparse a caminar por Toroko. Hablar con los locales es simple: una sonrisa es la llave para preguntarte de dónde eres y, a veces, incluso para invitarte a comer.
Los primeros días tanta simplicidad me aburría. Venía de China, donde la ciudad más pequeña quizás tiene diez millones de habitantes y hay tanta gente en las calles que siempre están llenas de vida. Hualien y yo no seguíamos el mismo ritmo. Yo acababa de aterrizar en este rincón pausado del planeta después de siete meses de viaje y en mi interior aún me encontraba en movimiento, agotada pero agitada. Mi ritmo personal se dio de bruces con una ciudad lenta y relajada. Tenía miedo de aburrirme.
Aunque, si me sobra tiempo, puedo unirme a estas señoras y aprender a bailar el tango.
Ahora que ya han pasado veinte días creo que estoy encontrando la manera de adaptarme a este nuevo ritmo e, incluso, de recuperar las ganas de seguir en ruta. Sí, reconozco que había perdido la ilusión por continuar viajando, o eso creía. Se me ocurrió volver a casa después de Taiwan, pero, otra vez, un sueño me sacó la idea de la cabeza: No recuerdo qué pasó para que decidiera volver a casa, pero aún recuerdo la profunda tristeza que eclipsaba la felicidad de reencontrarme con la família y amigos.
¿Y yo por qué te estoy contando todo esto? Supongo que estoy tratando de explicarte y explicarme qué es Hualien más allá de una pequeña ciudad en la costa este de Taiwan, atrapada entre el mar y la montaña, situada cerca de Toroko, etcétera, etcétera. Hualien es una ciudad para tomarla sorbo a sorbo, para observar cómo el mar cambia de color según el día, para perderse por los complicados caminos de Toroko, para descubrir cada día una comida nueva en el mercado nocturno. Hualien es el punto y seguido perfecto; es un lugar en el que recuperar las energías perdidas en las calles de Hanoi, en los esfuerzos por comunicarme en China, en las inexplicables fluctuaciones del precio del transporte en Indonesia. Me quedan dos meses para disfrutar este rincón de la tierra y voy a intentar aprovecharlos. Sin prisas.
Por cierto, feliz año nuevo otra vez.
Fin de año chino: ¿Dónde están los dragones?
No hay muchos occidentales que se animen a visitar Taiwán, por eso no es de extrañar que la pregunta que más he escuchado desde que llegué haya sido: «¿Y por qué has venido?» Todos se ríen cuando les digo: «Para vivir el año nuevo chino».
El primer año nuevo chino que celebré fue en Londres. Recuerdo el frío, la nieve, mucha gente y a un dragón recorriendo las calles y visitando las famílias que le habían dejado una hoja de lechuga en la puerta. Si en un pequeño barrio de Londres el fin de año chino se celebraba con tanto espectáculo, vivirlo en China debería ser una experiencia impresionante. El problema es que el visado había expirado a pocas semanas vista del festival de la primavera y ya no podía renovarlo otra vez. Una buena alternativa era Taiwán, allí podría ver las calles llenas de gente, faroles, petardos, música y dragones. Muchos dragones.
Pero la realidad es que el 30 de enero no sucedió nada especial en las calles de Hualien. Se oyeron los petardos durante toda la semana que duró el festival, los comercios cerraron, la gente se trasladó a su ciudad natal para reunirse con la família y el segundo día del nuevo año las mujeres casadas visitaron a sus padres. Pero no había miles de personas en la calle rodeando a un dragón que iba de casa en casa recibiendo los deseos de año nuevo, ni una gran danza del león.»¿Dónde están los dragones?». «El fin de año se vive en las casas» me respondió Robert intentando superar la risa que le provocó mi pregunta.
Robert no volvió a Taipei para estar con su família el último día del año. Decidió mantener el hostal abierto e improvisar una fiesta familiar tradicional con su hermano, dos huéspedes chinos y la extranjera que limpia a cambio de una cama y comida. Esa extranjera, a la que aún le costaba superar la decepción de encontrarse con las calles vacías, decidió acompañar a Robert a reverenciar a los dioses.
Los templos chinos están para edir deseos, sobre todo el último día del año. Todo el mundo quiere empezar bien el 2014 y sobornar a los dioses con comida y dinero es una manera de conseguirlo. Robert y la extranjera que creía que un fin de año en Taiwán era la versión china del carnaval de Brasil, ofrecieron pastelitos, fruta, sopa de cacahuete y dinero a los dioses mientras prendían incienso y les pedían que el próximo año fuera mejor que el 2013 («si es que eso es posible», añadía la extranjera). Cuando el incienso se consumió hasta la mitad, se llevaron las ofrendas al segundo templo y repitieron el mismo ritual. Tampoco se olvidaron de quemar el dinero, procurando doblar cada uno de los papelitos para que pareciera que había mucha cantidad de billetes y procurando dejar la parte dorada al descubierto, así los Dioses podrían contarlos.
Cuando Robert y la extranjera que aún no entendía por qué el dragón recorría las calles del barrio chino de Londres y no las de Hualién llegaron a casa, se ocuparon de preparar una pequeña cena familiar de tan solo cuatro platos. «Una gran cena de año nuevo tiene como mínimo diez platos» le dijo Robert a la extranjera que daba gracias de tener que preparar solo cincuenta dumplings y no cien. Mientrastanto, él se ocupaba de los platos más importantes de la cena de año nuevo: pescado y sopa de pollo. Ambos animales cocinados enteros, de la cabeza a los pies, pues no tiene sentido celebrar que hemos completado un año con un pollo y un pescado despedazados.
Mientras ambos cocinaban, procuraban hacer el máximo de ruido posible, sobre todo cuando usaban los cuchillos. Así consiguieron espantar a Nian, el monstruo del fin de año. Si no se anda con cuidado, Nian te puede comer. La única defensa es el ruido y el color rojo.. El dorado, aunque junto el blanco y el negro es el color de la muerte, es igual de efectivo que el rojo para salvarse de Nian.
Cuando la gran cena terminó, la extranjera que en el fondo aún esperaba que el dragón apareciera en las calles el primer día del año no fregó los platos. Quedaban pocos minutos para la medianoche y si los lavaba después de las doce el nuevo año estaría maldito. Así que salió a la calle para explotar los petardos que acabarían de espantar al Nian y recordarían a los dioses que ella también quería ser la persona más feliz del mundo durante el 2014.
Si en el hostal hubiera niños, el primer día del año se habría convertido en un concurso de felicitaciones de año nuevo, y el que hubiera demostrado mejor arte con las palabras se habría llevado un sobre rojo cargado de dinero. Pero a falta de niños estaba la extranjera que se había levantado antes de las ocho por si al dragón le daba por madrugar. Robert le entregó el sobre después de que ella le soltara un convencional «Xia nian kuai le!» («feliz año nuevo!»). Quizás la extranjera no había visto dragones, pero al fin y al cabo no hay forma más auténtica de vivir un año nuevo chino que recibiendo un sobre rojo.
Finalmente, el último día de las fiestas de año nuevo, la extranjera sorprendió al dragón volviendo a casa después de haber estado bailando toda la tarde. «Ya nos volveremos a ver el próximo año» le dijo la bestia guiñándole uno de sus grandes ojos negros.
Taiwán y la era del terror
Al final resultará ser cierto que todos los países tienen un capítulo negro en su historia, y que ese capítulo siempre sucede bajo la sombra de la Posguerra. Taiwán (esas pequeñas islas del pacífico que China se empeña en decir que son suyas) también tiene un pasado del que avergonzarse.
Taipei explotó el 27 de febrero de 1947, cuando seis agentes de la Oficina del Monopolio confiscaron el tabaco que la señora Lin Jiang vendía en el mercado negro. La vendedora rogó a los agentes que no se llevaran su dinero y como respuesta uno de ellos le asestó un golpe con su pistola. Esta fue la gota que colmó el vaso para unos ciudadanos que veían como, desde la llegada del KMT, la élite taiwanesa había sido excluida, los controles a los ciudadanos aumentaban y la corrupción se había establecido entre la clase política. La multitud, que se había congregado para ver qué sucedía en la casa de la señora Lin Jiang, respondió a la agresión atacando a los agentes que, para defenderse, dispararon un tiro de advertencia matando inesperadamente a un ciudadano.
Al dia siguiente se convocó una huelga general en Taipei y los manifestantes se congregaron delante de la Oficina del Monopolio para pedir explicaciones. Otra vez, la respuesta de los policías fue abrir fuego contra los civiles. Para entender lo sucedido y negociar con Chen Yi, el comandante general del KMT, se creó la Asociación del 28 de Febrero. Pero segun Chen Yi las razones de los sucesos estaban muy claras:
Los Chinos fueron lo suficientemente avanzados para entender los privilegios de un gobierno constitucional, pero a causa de los largos años bajo el gobierno despótico de los japoneses, los taiwaneses habian sufrido un retraso político y no eran capaces de gobernarse a sí mismos de manera inteligente.
el 8 de marzo los taiwaneses recibieron una lección magistral sobre cómo funciona un gobierno constitucional. Los militares abrieron fuego contra los civiles congregados en Keelung y se proclamó la ley marcial en el país. A esto le siguieron días de terror en los que cualquier persona encontrada en la calle era asesinada por las fuerzas policiales. Quedarse en casa tampoco era seguro. Los militares irrumpían en los hogares violando, castrando y decapitando.
No fue hasta los años setenta que hablar de estas muertes dejó de ser un tema tabú. Se creó el 228 Movimiento de Justícia y Paz y se comenzó a reconocer la terrible gestión del Incidente por parte del KMT. En 1995 el presidente Lee Teng-hui se disculpó en nombre del gobierno y el 28 de febrero fue declarado festividad nacional. En Taipei se conmemoró el incidente con un monumento y se creó la Fundación en Memoria del 28 de Febrero para compensar y ayudar a las víctimas.
Sin embargo, a pesar de las disculpas, los reconocimientos y las compensaciones, las víctimas no han conseguido que un tribunal juzgue a los responsables de los crímenes ( Chen Yi fue ejecutado, pero por razones ajenas al 28 de febrero). Y mucho menos que los hechos hayan sido esclarecidos. Aún se discuten si los muertos fueron 20.000, 10.000 o 500, como si algunas vidas más o menos hicieran menos trágico ese episodio de la historia de Taiwán.
Hoy es 28 de febrero y, para honrar a las víctimas, los comercios y colegios están cerrados. Las editoriales de algunos diarios recuerdan que aún hay muchas preguntas sin resolver y, un año más, el presidente Ma dice entender el dolor de las víctimas, promete que pronto se sabrá la verdad y pide la reconciliación entre los taiwaneses para evitar otro Incidente. Mañana los comercios volverán a abrir, a los historiadores se les volverá a decir que esos documentos no existen y en los colegios no se hablará de «la era del terror» sino de «gente perseguida por un gobierno que abusó de su poder». El KMT no parece entender qué pretenden las víctimas pidiendo una lista con los nombres de los desaparecidos y un juicio a los responsables. Hablar del pasado una vez al año es suficiente. Podría haber sido peor; el Incidente se podría haber producido el 29 de febrero y entonces las culpas solo serían admitidas cada cuatro años.
¿Por qué deberías ir a Tainan?
Tainan fue la primera ciudad que se creó en Taiwán y, aunque haya perdido su capitalidad político-económica, se la sigue considerando la capital cultural de la isla, además de uno de los lugares que «no debes perderte» si visitas Taiwán. No soy partidaria de las listas de lugares que «debes visitar» ni me gustan las frases del estilo: «no puedes irte de A sin ver B», pero en este caso haré una excepción y te diré que no puedes irte de Taiwán sin ver Tainan.
Las razones por las que considero que Tainan es uno de los lugares imprescindibles en un viaje por Taiwán son varias. Aquí van algunas:
Para conocer los orígenes de la relación entre Taiwán y China
Que los nombres de Tainan y Taiwán se diferencien por una sola letra no puede ser casualidad. Algo tiene que ver que Tainan fuera la puerta de entrada a la isla para los Holandeses, y que luego lo fuera para las tropas de la dinastía Ming que huían de los Qing lideradas por Koxinga. Este general fue el responsable de expulsar a los holandeses y desarrollar el lugar hasta convertirlo en la primera ciudad de Taiwán.
Para descubrir cómo se ganaban la vida los expatriados del siglo XVIII
En la zona de Anping se conservan algunas casas de antiguos mercaderes ingleses que vivieron en Taiwán gracias al comercio del té. Sus negocios desaparecieron al llegar los japoneses, ya que estos favorecieron el comercio entre Taiwán y su propio país.
Para perderte por callejuelas
Y ver que Tainan está muy lejos de ser una ciudad-museo. Sus antiguas casas aún están habitadas por familias orgullosas de desarrollar su vida cotidiana entre muros que siguen en pie desde hace siglos.
Para aprender de cuántas maneras se puede mantener vivo el patrimonio
Algunos edificios históricos de Tainan se han convertido en museos, en parques, en restaurantes, en hostales y en tiendas de muñequitos de plástico. Este es el caso del antiguo albergue en el que vivieron los militares que lucharon en la guerra entre China y Japón. Las paredes de esta peculiar casa han sido pintadas de blanco, sus ventanas decoradas y sus estanterías ocupadas por figuritas de extraños personajes que pueden comprar los pocos turistas que llegan a encontrar la pequeña callejuela en la que se encuentra el edificio.
Para comprobar que los cementerios no siempre están a las afueras de la ciudad
Cerca del fuerte de Anping hay una pequeña montañita totalmente cubierta de tumbas. Allí no solo están enterrados algunos de los habitantes de Tainan, sino también algunos de los soldados taiwaneses que lucharon con las tropas japonesas en la Segunda Guerra Mundial.
Para descubrir que hay vida más allá de los ornamentados templos taoistas
Es fácil reconocer los templos de China y Taiwán. Todos ellos están recargados de colores, dragones, figuras de dioses, objetos para rituales e incienso. Sin embargo, el templo a Confucio de Tainan y el recinto para honrar a Koxinga tienen un estilo sobrio que me sorprendió.
¿Quiénes son los taiwaneses?
De Taiwán hay muchas cosas que no entiendo, pero hay una pregunta en concreto a la que me cuesta encontrar una respuesta clara: ¿Quiénes son los taiwaneses? No me refiero a cómo se comportan, cuáles son sus costumbres, cómo entienden el mundo, qué comen, qué piensan y cómo viste la gente que vive en Taiwán, si no a qué se refieren cuando dicen: «Yo soy taiwanés».
Esta duda ha ido creciendo durante las breves horas en las que mi jefe y yo compartimos la cena. Su historia familiar y anécdotas de infancia me han insinuado que ser taiwanés no significa simple y llanamente que se ha nacido en Taiwán. Desde que ha sido niño, Robert ha crecido escuchando cómo se referían a él como mainlander. Esta plabra es traducida por el diccionario como «del continente». Como la traducción no me convence, voy a utilizar el término inglés, que se refiere a los habitantes de una tierra mayor que el de una isla. En este caso a los habitantes de China frente a los de Hong Kong, Macau y Taiwán.
La razón de que Robert fuera llamado mainlander a pesar de haber nacido en Taiwán, es que sus padres fueron un matrimonio mixto. Su padre tuvo que abandonar Sichuan durante la Guerra Civil en China. Llegó a Taiwán haciéndose pasar por un militar del KMT, huyendo de la miseria de la guerra y de la muerte de un padre delatado por su segunda ex mujer. Cuando la guerra finalizó, los militares y civiles chinos que se habían trasladado a Taiwán nunca más pudieron volver a su país. El padre de Robert tuvo que rehacer su vida en Taiwán y la mejor manera de hacerlo era casándose con una local. De esa mezcla nacieron cuatro hijos que heredaron el calificativo mainlander de su padre.
¿Cuál de estos niños es un mainlander?
¿Que los hijos de los inmigrantes chinos no fueran llamados taiwaneses significa que solo podía llamarse así a los aborígenes? Sería lógico que los que han vivido en este país antes de que llegaran los portugueses, los holandeses, los chinos y los japoneses, sean llamados taiwaneses. Pero nada es así de sencillo en Taiwán.
Los primeros habitantes de Taiwán fueron llamados «los salvajes del este» por los portugueses, «negros» por los holandeses y «gente de las montañas» por los Han. Ahora son llamados los aborígenes de Taiwán. Las tribus han sido estudiadas y bautizadas por antropólogos (los Amis de Hualien, los Truku de Toroko, los Bunun de Alishan…) y sus festivales y tradiciones aparecen en los panfletos turísticos de Taiwán. De sus altas tasas de desempleo, de sus tradiciones perdidas y de sus problemas con el alcohol ningún turista se entera. Pero no quiero irme por las ramas. Hay una pregunta que aún falta por responder: ¿Quiénes son los taiwaneses?
¿Se los considera taiwaneses ahora que ya no se tatúan la cara, no visten sus trajes tradicionales y han perdido algunas de sus tradiciones?
Después de oír varias veces en mis conversaciones con Robert las palabras mainlander, chino, aborígen y taiwanés sin entender qué grupo de la población se incluía en esta última, le pregunté abiertamente: «¿Quiénes son los taiwaneses?» Sin sorprenderse por mi pregunta, me explicó que los taiwaneses son los descendientes de los Han que emigraron de Fujian en el siglo XVI y que trajeron con ellos su lengua, religión, ancestros y a Mazu, la diosa de los mares y ahora «patrona» de Taiwán. Por fin entendía quiénes eran los taiwaneses. O no. ¿Qué es lo que diferencia a los últimos inmigrantes chinos, los llamados mainlanders, de aquellos primeros inmigrantes Han? ¿No vienen todos ellos del mismo país? ¿No son al fin y al cabo lo mismo: inmigrantes? ¿Por qué aquellos que inmigraron primero tienen más derecho a llamarse taiwaneses que los que lo hicieron durante la Guerra Civil? ¿Por qué tienen más derecho a ser taiwaneses que incluso los propios aborígenes?
¿Son ellos taiwaneses? ¿Y ellos?
Hoy en día todas esas distinciones son más difusas, aunque oír durante media vida cómo te llaman mainlander hace que acabes asumiendo ese calificativo. Muchas veces el hermano de Robert, cuando entabla conversación con algún turista chino, dice: «yo soy mainlander«. Y Robert tiene que recordarle que ya hace unos veinte años que esa palabra no se usa. Ahora hay otros problemas de identidad. Otras dudas sobre cómo autoproclamarse: ¿Soy taiwanés o chino?
Esta pregunta parece fácil de responder desde el punto de vista de un extranjero, pero los taiwaneses pueden llegar a crear un debate para responderla. La duda podría responderse afirmando que si uno ha nacido en Taiwán, evidentemente, es taiwanés. El problema radica en que la isla tiene otro nombre oficial además del de Taiwán: En algunos mapas aparece con el nombre de República de China. Además del nombre, la influencia cultural, económica e histórica de su vecino más próximo es enorme. Por ello, no son pocos los que se plantean cómo deberían llamarse a sí mismos: ¿taiwaneses, chinos o chinos de Taiwán?
Cuando alguien le pregunta a un taiwanés o chino de Taiwán o mainlander o aborígen: «¿De dónde eres?». No le está haciendo una pregunta sencilla. Su respuesta no solo define su lugar de orígen si no que lo posiciona políticamente. Alguien que se llama a sí mismo taiwanés ante una persona de China, está señalando que entre ellos existe una frontera, por muy difusa que esta sea. Si se define como chino (aunque añada la coletilla políticamente correcta «de Taiwán»), está reconociendo que su identidad y orígenes son chinos y que se siente ligado a ese país. Para alguien que no quiera posicionarse en la lucha que China y Taiwán llevan teniendo durante años, responder a esta pregunta no es una tarea fácil. Para alguien que quiera saber quiénes son los taiwaneses, entender la respuesta a esa pregunta tampoco lo es.
Taroko: La cara más formosa de Taiwan
Decidí venir a Hualien por dos razones. La primera: las condiciones de trabajo que me ofrecía Robert eran muy superiores al resto de hostales de Taiwán. La segunda: las imágenes que salían en los buscadores cuando introducía la palabra «Hualien» prometían paisajes impresionantes. Estas dos razones bastaron para que saltara desde China a la costa este de Taiwán.
Realmente la decisión fue todo un acierto. El trabajo en el hostal no está nada mal. Mi jefe me está ayudando a seguir adelante con mi viaje e incluso a ganar todo el peso perdido en el Sudeste Asiático. Por otro lado, los paisajes que rodean Hualien han superado con creces mis expectativas. Ayer, por ejemplo, me quedé sin aliento en el Parque Natural de Taroko. Me hablaron de él nada más poner un pie en Hualien, pero no fui allí hasta que llegaron Míriam y Óscar, por aquello que dicen de que los buenos momentos en buena compañía se multiplican. Y también por el privilegio de compartir un pedacito de este viaje con una de las amigas que dejé en Barcelona.
Para hacerte una idea de lo que es caminar por Taroko, imagínate un pequeño camino esculpido en la ladera de una inmensa montaña. Si miras hacia abajo, ves el río; si miras hacia arriba, las nubes enredadas entre inmensas montañas. Durante el camino se oye el agua del río bajar con fuerza, a los pájaros, al viento y a los grillos. Al llegar a los túneles de Yanzikhou caminando desde Bulowan, nos abruma ver a decenas de autobuses escupiendo centenares de turistas chinos protegidos con un casco, pero aún nos impresionan más el puente colgante y el inmenso precipicio que se abre enfrente nuestro.
Me resulta difícil hablar de la belleza de Taroko y de cualquier otro paisaje que me asombre. No se trata solo de encontrar los adjetivos para describir esas montañas (espectaculares, impresionantes, sublimes, salvajes…), sino también de encontrar las palabras para expresar las sensaciones de encontrate cara a cara con esa maravilla de la naturaleza y tener la suerte de compartirla con amigos. Supongo que si quieres hacerte una idea de lo que es caminar por Taroko, solo te quedan dos opciones: Leer a otros blogueros que hayan estado en Taroko y escriban mejor que yo o viajar a Taiwán para maravillarte en primera persona. Mientras no te decides a viajar hasta aquí, estas fotografías te pueden ayudar a imaginarte este espectáculo de la naturaleza, aunque la sensación de sentirte diminuta entre tanta inmensidad solo la puedes vivir si te animas a venir y caminar entre los barrancos de Taroko.
Una noche en el congreso de Taipei
Hace ya 23 días que el Congreso de Taipei fue ocupado por un grupo de estudiantes que no ve con buenos ojos el tratado firmado entre China y su país. La movilización de los estudiantes quizás no ha conseguido que el Presidente Ma acepte sus demandas, pero ha llamado la atención de algunos jóvenes que, hasta ahora, lo que hiciera o dejara de hacer el Presidente no les causaba ni frío ni calor.
Ese es el caso de Tina, una estudiante de la Universidad de Taipei que, hasta que no vio a un grupo de jóvenes ocupando el Congreso, no se había percatado de que su país estaba estrechando sus lazos con su vecino. Sin embargo, ahora confiesa haber dormido una noche con los estudiantes y haberse quedado despierta hasta la madrugada para informarse sobre el desarrollo de la situación.
De la mano de Tina llegué a las puertas del Congreso y me quedé boquiabierta al ver lo bien que se ha organizado este grupo de estudiantes. Los jóvenes y las famílias (sí, hay hasta niños durmiendo en las tiendas) que acampan en frente de las puertas tienen acceso a baños públicos, wifi y cargadores de baterías.
También se organizan conciertos (con escenario, pantalla gigante y equipo de sonido incluidos), asambleas y proyecciones de documentales y películas. Se reparte café y tentempiés gratuitos entre la gente que se acerca a apoyar a los estudiantes e incluso hay médicos voluntarios y hasta un abogado que se ha ofrecido para representar a los líderes en caso de que el gobierno decida llevarlos a los juzgados.
Las tiendas de campaña están colocadas de manera organizada, formando pequeñas calles para permitir el paso de los grupos de estudiantes que, con bolsas de plástico y acompañados por la misma musiquita que caracteriza a los camiones de la basura de Taiwán, van reclamando a los acampados que reciclen sus desperdicios.
Aunque Tina me pasea entre las tiendas de campaña y los escenarios orgullosa de todo lo que han logrado crear en tan solo 23 días, confiesa sentirse también sorprendida de lo bien organizada que está siendo esta protesta. «Los taiwaneses somos cuidadosos y amables incluso para protestar» me dice entre risas.
Sin embargo, es evidente que el café, el wifi, los generadores de electricidad, los baños y las carpas no son gratis. En realidad los estudiantes están acumulando una deuda que pretenden pagar con las pequeñas donaciones que la gente haga durante la ocupación.
Es curioso, mi viaje por China finalizó con una protesta frente una reunión de líderes regionales. Hoy, mi estancia en Taiwán tiene su punto y final entre los manifestantes acampados frente el Congreso. Viendo a los grupos de estudiantes pidiendo democracia y soberanía para Taiwán con conciertos, asambleas y talleres, y con la policía rodeándolos y observándolos sin interferir en sus actividades, no puedo dejar de acordarme de cómo esa mujer de Quanzhou, vestida con un delantal que denunciaba los abusos de la policía, fue reducida por un grupo de diez hombres y secuestrada en una furgoneta anónima.
Hoy me ha quedado bien claro que Taiwán no es China, y ojalá no lo sea nunca.
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