Calcuta atrapa. Puede que sea porqué al mirar hacia arriba una tiene la sensación de estar en una versión decadente de la ciudad de Londres, o porqué al volver la mirada hacia sus calles se percibe ese caos seductor tan típico de India provocado por los vendedores de zumos acumulados en la vereda, por las mujeres que te persiguen gritando «henna, henna!«, por las famílias haciendo su vida en la calle y por los vendedores de kurtis que tan pronto te saludan con un «hola», con un «ciao» o con un «konichiwa«. Por si todo esto no fuera suficiente, los primeros días de octubre miles de templos temporales de la diosa Durga se unen a todo este teatro cotidiano convirtiendo Calcuta en «La ciudad de la alegría».
La palabra Durga significa «la impenetrable» o «la inaccesible» y es la representación de la divinidad femenina que gobierna la creación cósmica, el cambio y la existencia. Durga nació de todas las energías colectivas de los dioses (de ahí que sea representada con diez brazos) para vencer al demonio Mahishasura, y por ello es la salvadora del universo. Además, Durga es una de las formas de Parvati, la madre de Ganesha y Kartikeya y también mujer de Shiva. Así, durante el festival no solo se celebra la victoria de Durga sinó también la visita anual que la diosa y sus hijos hacen a Shiva.
Durante diez días la ciudad de Calcuta se convierte en una explosión de luces, música y colores que ha sido comparada con el carnaval de Río de Janeiro. Dicho esto, ahora no te imagines las calles de Calcuta llenas de mujeres vestidas con un traje de luces y enseñando más carne que ropa al ritmo de samba. Los dos festivales son comparados por la cantidad de gente que atraen y por el colorido y las luces con las que se visten ambas ciudades. Lejos de ataviarse con plumas y minifaldas, las mujeres bengalíes se envuelven en un bonito sari nuevo y, arrimadas al brazo de sus maridos vestidos con un elegante kurta, salen a la calle para hacer sus ofrendas a Durga, visitar los mejores templos y disfrutar de los algodones de azúcar, la leche condensada y el chowmein que se vende en las ferias.
Pero eso es solo el final de un largo periodo de preparativos. Es la guinda y el merecido premio de un año recolectando dinero, buscando patrocinadores, diseñando el mejor templo y construyendo una bonita escultura de Durga que, con suerte, será la ganadora de entre las más de diez mil Durgas que adornan Calcuta. Sin embargo, más allá de la estética, el festival tiene un motivo religioso. Por ello se debe reverenciar la imagen de la Diosa haciendo sonar la tradicional concha y ofreciendo coco e incienso. Además, si la ofrenda es hecha por un político o actor de Bollywood, mucho mejor.
Durante cinco días los bengalíes hacen colas de más de una hora y se empujan y estrujan para no perderse los mejores templos, hasta que, el último día, Durga es subida a un camión y, entre gritos, gaitas y música tradicional bengalí es llevada al río (un afluente del Ganges) para ser lanzada y celebrar así su reunión con Shiva. Es el final del festival más grande de Calcuta pero se vive con tanta o más festividad que su comienzo pues, en el sentido estricto de la palabra, no es un final, sino un punto y aparte en la vida de la ciudad: Ya se ha acabado el festival, pero pronto hay que ponerse a trabajar para que el próximo año Durga encuentre las calles de Calcuta aún más rebosantes de alegría.
Que lindo es viajar a través de los relatos. Algún día visitaré India, mientras tanto lo hago a través de las palabras e imágenes 🙂 Un abrazo Irene
Molt bonic, feia temps que no escrivies, ho trobava a faltar.
Me alegro que tú sigas igual de alegre y disfrutando en este caso de la India. Un fuerte abrazo que yo ya he vuelto a la fría Europa hace un rato.
A veces se echa de menos a la fría Europa, sobre todo cuando India es demasiado caluroso. !Un abrazo!